Como todos los años, andan puestas las luces en las calles de más lustre en cada ciudad, aquellas de comercio y paseo. Una inflación de bombilla ha sustituido al espumillón, de brillo más modesto y barato, componiendo una Navidad que cada vez se parece más a las películas y a la realidad norteamericana. Nunca pensó uno que esas competiciones de las casas unifamiliares de aquellos pagos llegaría hasta nosotros con tal ímpetu. Por aquí, como invertimos muchos más impuestos y somos más socialdemócratas, delegamos todo en las administraciones y aguardamos a que sean los ayuntamientos quienes se arremanguen y decoren. Será por eso que, este año, la competición de árboles ha dado alturas impensables. Yo sólo he visto, y de lejos, el árbol más alto de Cantabria que, parece ser, puede compararse con lo más elevado de la península. Las ciudades compiten por ser navideñas con el erario y la imaginación, a fuerza de bombilla led. Es algo extraordinario ir por algunas de ellas y comprobar cómo la gente se echa a las calles para fotografiarse bajo los arcos, entre las farolas, en los mercadillos navideños donde se venden bufandas, gorras y guantes venidos de las fábricas chinas para poner bajo el árbol en Nochebuena. Mientras echas un vistazo, te bebes un vino caliente, tradición que se perdió hace años de Castilla y ahora parece importada de Centroeuropa, como si aquí no se hubiese dado nunca. Las pistas de hielo surgen como hongos en las plazas y los patinadores se calzan las cuchillas mientras hablan del cambio climático: se hacen una mínima idea de lo que es la Navidad en el Rockefeller Center en un pueblico castellano o junto a una playa mediterránea. Pero una de las mejores novedades son esas canciones que no son navideñas pero suenan sólo en Navidad. Está la insufrible cantinela de Mariah Carey y otros tan reiterativos que parece no existir la fiesta sin que suenen en cada rincón. Hay algún que otro rock navideño, como el que compuso Steven van Zandt y acompañó el excelente saxo de Clarence Clemons, canción esta que tiene, al menos, el mítico sonido de la E Street Band. Son estas unas navidades norteamericanas, de oropel y magia, de peliculita simple de milagros de amor y de sorpresa familiar. Hemos caído en ellas y ya no tiene arreglo. Sobreviven como pueden los Reyes Magos por aquello de que son magos y en este argumento tienen su papel. Pero ya se van viendo, y no muy lejos de esta provincia, cabalgatas de Papá Noel, con sus elfos y sus renos. Yo tengo pensado poner en la mesa de Nochebuena una lombarda de Navidad, con sus especias y sus piñones, como otros pondrán su cardo con almendras. Algo un poco de aquí de toda la vida, para que sigamos recordando a los que siempre celebraron algo, ya que ahora, lo que se dice celebrar, no se celebra nada. Las vacaciones, si acaso. Hasta hace no mucho, se recordaba un nacimiento que traía un tiempo nuevo, esperanzador. Pero ahora, he visto en la tele, hasta secuestran al Niño Jesús para pedir un rescate de un par de miles de euros. Así recordamos hoy un tiempo nuevo que no es el que trajo ese Niño, sino el otro, el de los que se llevan una figura de un Belén y el de los que pugnan por levantar árboles de lucecitas. Para los que aún celebramos la Navidad de siempre, dejo aquí mi felicitación de Navidad. Para los que no, felices fiestas, celebre cada cual lo que celebre. Mis mejores deseos para todos.