Últimamente mi lectura está muy limitada. Esto no quiere decir que no lea, sino que apenas puedo concentrarme para hacerlo y que, para poder mantener la atención, hay cosas que me gustan que no puedo leer. De momento, he dicho adiós a autores como Virginia Woolf, Ian McEwan o Antonio Muñoz Molina. Bueno, más bien hasta luego. Este impás no es algo que me agrade ni que disfrute, pero no negaré que me haya traído alguna alegría.
Mi amiga Nur Ferrante durante mucho tiempo vivió a solo un tramo de escaleras de mí. Y estas Navidades me escribió para decirme que había publicado su nuevo poemario Cuerpo Eléctrico en el que contaba el proceso de integración de su enfermedad, esclerosis múltiple, en su vida y que me lo iba a mandar. Quien me conoce bien, sabe que no soy muy de poesía, más allá de los grandes clásicos o la poesía humorosa de algún abulense genial o la naturalista de alguna amiga del alma. Aún así, cuando llegó lo empecé a leer. Y desde la primera página hasta la última fue un regalo: el regalo de la belleza y la armonía, pero sobre todo el regalo de la comprensión y la esperanza.
Leyendo sus páginas, veía cómo compartíamos los puntos de apoyo. Como el arte, la belleza y el amor son los pilares sobre los que ella se asienta para vivir el día a día en una situación complicada, como lo hago yo. Entre sus versos me sentía menos sola y más optimista. Sus palabras penetraban mi piel y me acompañaban como un escudo contra el desanimo que nos produce la enfermedad. En su sensibilidad intuía la mía. En su confianza vislumbraba la promesa de que todo se puede en esta vida. Cada poema era como un bálsamo para el corazón.
Esta semana lo presentó en Ávila de la mano de otro ser de luz, que también me ha acompañado todo este tiempo: Ángeles Álvarez a la que, una vez al mes, pueden leer en este periódico y, si lo hacen, sabrán a lo que me refiero. Ella representa todas esas cosas de las que habla Nur en su poesía y, además, crea la suya propia. Me he sentado en su "Un jardín amado para descasar" y me ha traído la belleza de la naturaleza en su forma mas pura para soñar que sentía el rocío en la piel mientras el viento me sanaba, recogiendo los ecos de las plantas que murmuraban lecciones de vida. Pero, además, ha llenado mis días de flores, bordados e infusiones. También me ha acompañado, llenando las horas muertas de aprendizaje y de sueños de futuro. Su música me ha hecho viajar, en sus sonidos he encontrado un remedio para el alma.
Es una verdad universalmente reconocida que las personas que nos rodean son fundamentales en el día a día, pero esto se ve aún más en los momentos de necesidad. Compartir con quienes podemos permitirnos ser vulnerables es una experiencia que puede salir mal, pero sí funciona alivia nuestro espíritu. No se me ocurre nada mejor frente a la adversidad que estar acompañado de la gente adecuada. Y más cuando también te pueden apoyar en verso. Yo puedo prestarles una parte de las mías, solo tienen que ir a una librería.