Corría el s. XII galopando en medio del medievo, en una época donde las mujeres estaban sometidas a un régimen de vida muy rígido que también oprimía a los varones. Allí en un lugar en medio de viñedos, con el rio Rhin corriendo en la llanura, vivió una mujer excepcional. Me estoy refiriendo a Hildegarda de Bingen que edificó sus fundaciones alrededor del Rhin, un lugar donde tuve la suerte de estar hace unos pocos días.
Hildegarda se sale de todos los moldes que en aquella época oprimían a las mujeres, su voz comenzó a levantarse como un amanecer imparable sobre los cerros, rojo y vibrante en medio del gris del firmamento medieval. Sus monjas benedictinas, las que viven según su pensamiento en la Abadía de Eibingen , fundado en 1165 cerca de Maguncia, mantienen su legado para todos nosotros, su carisma y belleza. Poder oír cómo cantan las Horas siguiendo las composiciones musicales que Hildegarda nos dejó, nos transportan a otros momentos, algo que la música gregoriana provoca de manera inmediata en nuestro interior, afianzando la paz, el sosiego y la armonía.
Hildegarda no sólo era una monja mística, a la que incluso el Papa Eugenio III y el arzobispo de Maguncia Enrique, creyeron en sus visiones, abaladas por San Bernardo de Claraval, sino que era médica, física, naturalista, escritora, iluminadora. La única mujer de su época que pudo hacer algo que sólo podían desarrollar los varones, predicar libremente, mientras recorría en barco el Rhin o cabalgaba a lomos de su asno.
Sus libros, recogidos en Códices, recorren muchas disciplinas, tanto de pensamiento como de religión, música, remedios médicos, piedras que sanan, la cosmogonía, los animales, …. En todos ellos aparece su figura dentro de un ideal que muchos años después se llamará humanismo.
Creó Hildegarda hasta un alfabeto lingua ignota, donde se inventó más de mil palabras y también diseñó nuevas grafías para los sonidos, creando un nuevo idioma cuyo sentido aun hoy en día se discute pero que tiene la apariencia de ser un tipo de lengua de naturaleza mística, para la comunicación dentro de la experiencia de Dios que movió toda su vida.
Los días estaban frescos y lluviosos, y pudimos tomar una infusión con una de sus famosas galletas de espelta de la alegría y de la inteligencia, mientras veíamos cómo las monjas atendían los viñedos desplazándose en bici por los caminos, cantaban y acogían a todos los peregrinos que por allí aparecíamos. El espacio natural donde viven las personas que admiramos y conocemos a través de sus libros, es realmente importante para poder llegar a vislumbrar su interior de manera más profunda. Igual que hay que venir a Ávila para llegar al corazón de Teresa de Jesús, en Eibingen podemos vivir por momentos en el mundo de otra santa, doctora de la iglesia como nuestra paisana. Fue investida doctora junto con San Juan de Ávila por el Papa Benedicto XVI en 2012.
Con sus palabras recogidas en los libros que podemos hoy en día leer en español como Scivias, Conoce los caminos, parece que los muros de la clausura del tiempo y de la sociedad que siempre ha considerado a las mujeres bajo sospecha, se rompen. Y la figura de Hildegarda, aparece como un foco de luz, una vela sobre el altar en medio de un mundo roto y en guerras cruentas, un lugar donde vivimos tan necesitado de testimonios valientes y llenos de la verdad que nos habita por dentro. Mientras oigo un CD con la música de Eibingen y me relajo aquí cerca de la casa de Teresa, amiga, madre y mujer excepcional, los petirrojos se lanzan a comer las ultimas manzanas enanas del jardín, y siento que hay una Lingua ignota parecida a la de Hildegard que nos comunica, a veces, por dentro.