Aún recuerdo las navidades nevadas en Ávila, los puentes de diciembre en estaciones de esquí y el frío polar de nuestro Pico Zapatero azotando el Paseo del Rastro. Ávila vivió con 1.5 grados menos hace «3 días». Y posiblemente con 2ºC, menos días de niebla, más mañanas brillantes de alma y frío de corazón.
Siempre nos quedará París, fue un alegato en esta columna hace unos años, exactamente ocho, cuando el Acuerdo de París sobre el cambio climático fue adoptado por 196 países en la COP21, el 12 de diciembre de 2015 y entrando en vigor en noviembre de 2016. (Si tú también has contado que han pasado 8 años, es qué opinas como yo que el tiempo ha pasado volando). En el Acuerdo de París, los países y por ende las personas que los habitamos, vivimos y disfrutamos, NOS COMPROMETIMOS a limitar el calentamiento global en menos de los 2 °C, y realizar esfuerzos para limitarlo a 1,5 °C. Y, suspiro nostálgica al pensar en nuestras Navidades nevadas, caminando por el Mercado Grande, sin Fillomena, simplemente porque a 1.5ºC menos, nuestra vida era otra.
«Si no subes a ese avión, te arrepentirás. Quizás hoy no, quizás mañana tampoco, pero pronto y para el resto de tu vida». Eso pensó Rick Blaine en Casablanca. Y, posiblemente es lo que plasmaron en Kioto al planificar otro de los grandes acuerdos de las Conferencias de las partes 'COP', que se organiza en el marco de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) desde 1995.
Kioto marcó un antes y un después, comprometiendo a los países industrializados a limitar y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) adoptando políticas y medidas de mitigación, que reduzcan los efectos nefastos de las emisiones sobre el medio ambiente y por supuesto sobre las consecuencias humanitarias que de ello derivan.
«¿Qué aguas? ¡Estamos en el desierto!», dijo el Capitán Louis Renault en la misma película. Posiblemente sea algo que vayamos a decir muchas otras veces cuando ansiamos la lluvia que no llega, sentados en una terraza, disfrutando del tiempo. Cuando ya nada cambie, cuando ya no podamos caminar los pasos andados, cuando sea demasiado tarde.
La COP28 en Dubái se planificó para contribuir al diálogo global sobre el cambio climático y la necesidad de implementar medidas urgentes que lleven a su mitigación. Propuestas, nuevas metas, perspectivas, soluciones…. Y quizá hasta terapia de grupo, para recoger las voces y un grito unánime que deje un poso residual tras cumbre. Pero no nos olvidemos que todas las personas formamos parte de los acuerdos, que las políticas nos obligarán a transformar nuestra vida para lograr un desarrollo sostenible. Tenemos que formar parte de ese cambio de mentalidad, que contribuya, de manera positiva, a la mejora de la otra calidad de vida, que no es tardar menos en hacer la compra, sino hacer las compras de manera más sostenible. Valorando todas nuestras acciones con un impacto a largo plazo, que no influya en el agotamiento de recursos.
El compromiso climático de 1.5 grados está en serio peligro, digo mientras enciendo la luz y me olvido apagarla al salir.
Y del aquél «Siempre nos quedará París», de aquellos fangos, estos lodos. Y de aquel tratado, otro nace con un acuerdo histórico para dejar atrás los combustibles fósiles, en uno de los países más ricos gracias a su petróleo. Si en la acción social siempre hablamos de «no dejar a nadie atrás», ahora abogamos por «dejar atrás» una forma de vida en la que las Partes, de manera unánime, ha cerrado el principal acuerdo de esta COP28.
Me encantará seguir los puntos de agenda, valorar acuerdo por acuerdo dentro de un año: lo logrado, no empezado o en proceso. Me alegraría ver que son retos de todas las personas y no solo de unas semanas al año. Tendremos que cambiar políticas, maneras, costumbres y sobre todo nuestros hábitos, que no quieren disminuir su «calidad» de vida, su uso del coche, su calefaccioncita hasta estar en manga corta en casa, la alegría al sentir que últimamente es verano casi todo el año, en todos los lugares.
Quiero pensar que en la próxima COP no estaremos con la misma reflexión, y quedará París para siempre, pero no como una ilusión, sino como un punto y aparte, sin repetir las mismas justificaciones con diferentes palabras o dar vueltas a la tortilla que ya está demasiado hecha. Para, como en Casablanca, no decir otra vez más, «Tócala, Sam».