Hay montado un circo en la ciudad, estimados tres lectores. Y no me refiero a las distintas comisiones y plenos del Ayuntamiento, no. Ni tampoco a ese otro que, pagado con dinero público, rellena el hueco entre Medievales y la Santa antes de la larga travesía del desierto hasta Navidades, Cir&Co, curioso constructo de nombre del que se me escapa la razón más allá de sorprenderme el uso del «&», «et», tan anglo y tan poco castellano. En el alfabeto inglés era la vigésimo séptima letra, al recitarlo los estudiantes concluían: «and per se, and», «y por sí mismo, y», de ahí el «ampersand» actual.
Al grano, que me voy por las ramas. Como decía, ha llegado el circo, uno de verdad, de los de antes. Con carpa, trapecistas, payasos, malabaristas, animales. De aquellos que todos tenemos seguro anclado en algún punto de nuestra infancia, magnificado y mitificado como todo lo de ella. Un espectáculo al que merece la pena llevar a nuestros hijos y pequeños, sea solo para que comprendan que en este su presente virtual de ChatGPT y películas realizadas por ordenador existen cosas reales, tangibles, analógicas. Que sepan del olor a sudor y a serrín. Que hay personas que se juegan la vida o al menos el físico; inteligencias no artificiales; habilidades que no se generan en un click sino con años de práctica. Aunque es posible que tras la ilusión inicial se aburran; a la larga es difícil competir con las pantallas y su fascinante mundo.
Acudir también sería un buen ejercicio para los ya talluditos. Aquellos para los que el circo de nuestra niñez fue un mundo fabuloso de magia y omnipotencia, maravilloso, hipnotizante. Porque el recuerdo se dará de bruces con la realidad: la pista es más pequeña, el malabarista más fondón, la trapecista tiene más cartucheras y arrugas, a los payasos se les corre la pintura, los leones —si los autoriza el PACMA— peinan canas y hastío. Y todo eso será bueno, porque nos ayudará a entender que la vida es imperfecta, nosotros somos imperfectos y precisamente en esa imperfección radica la grandeza que nos hace humanos en la pista del circo de nuestros días.