«No tengo nada que ofrecer más que sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor.». Una de las frases más famosas de la historia y, a menudo, mal citada. Se escuchó en el parlamento británico el 13 de mayo de 1940, pronunciada por un hombre lleno de defectos que, seguramente, no pasaría hoy el fielato de lo políticamente aceptable: hijo de y educado en la casta más arrogante, alcohólico, temperamental, irrespetuoso a veces, misógino, admirador de Mussolini, partidario del uso de armas químicas, cínico, racista —sin discriminación sobre qué raza discriminar, eso sí—, belicista, sospechoso de recibir sobornos de empresas. Resumiendo, una joya.
No obstante, Churchill es el arquetipo de líder. En el momento más difícil —qué complejo es traducir «darkest hour»— para Europa supo unir a su país y tomar decisiones. No siempre acertadas, no siempre las mejores. Mas eligiendo. Al frente, conduciendo, dirigiendo, como indica la etimología. Y transmitiendo propósito, que es lo que la gente necesita percibir en momentos de crisis.
Existen escuelas de liderazgo; me parece encomiable que haya quien crea que el liderazgo se puede aprender en unos cuantos PowerPoint o haciendo ejercicios situacionales en grupo, alojado en algún caro retiro de montaña. Un líder nace, aunque refuerza sus capacidades cuando se enfrenta a situaciones complejas a lo largo de la vida. A menudo las crisis destapan líderes desconocidos hasta el momento y hunden a renombrados gestores faltos de carisma y resolución. El liderazgo no va asociado al cargo, ni siquiera a tener la habilidad suficiente para conseguirlo. Ser presidente de los EE.UU. tras una dura campaña no garantiza que el país —menos uno al que has polarizado para lograrlo— acepte seguirte en los difíciles tiempos que vendrán.
Las inundaciones del alfoz de Valencia han sido —siguen siendo— un desastre o crisis solo comparable al golpe de estado, al 11-M o a la pandemia. Sin entrar en responsabilidades, culpas, explicaciones, competencias o estructuras administrativas, he percibido en ellas una preocupante falta de liderazgo. Ausencia de caudillos, en el mejor sentido de la palabra. De aurigas, empáticos pero firmes, llevando las riendas: el carro ha estado demasiado tiempo tirado por caballos desbocados.
Ya puestos, me pregunto si en lo local contamos también con líderes o solo con gestores, sean buenos o malos. En los últimos tiempos, al hablar de Ávila, se escuchan expresiones —quizás exageradas— como «parálisis permanente», «bloqueo», «coma terminal». De ser ciertas, necesitamos quien nos aporte propósito y camino, alguien que sepa unirnos en la adversidad y decirnos: «lucharemos en las playas, lucharemos en las murallas, nunca nos rendiremos».