Sara Escudero

Desde la muralla

Sara Escudero


El precio de la harina

05/03/2024

Hoy es 5 de marzo. Puede ser un martes cualquiera, pero resulta que no. Que, en la vida mundana y rutinaria de un martes, que ni es 13 ni nada por el estilo, es un martes especial. 5 de marzo, recuerden esta fecha. Hoy, desde el año 2023, es el Día Internacional para Concienciar sobre el Desarme y la No Proliferación, según lo establecido por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 2022. Por lo que es la segunda ocasión en la que deberíamos reflexionar sobre armas y destrucción. 
¡Segundo «cumpleaños»! Me imagino que cuando decidieron dedicar un Día Internacional al desarme, no pensaron que en el 2023 lo haríamos con un conflicto en Ucrania que pone en jaque a la frontera de Europa. Y, que ni mucho menos, en el 2024 lo conmemoraríamos con otro conflicto en Oriente Medio, como grandes titulares. Dejando otros muchos, sin ni siquiera subtítulos, que están totalmente olvidados y que deberían tener su espacio en este «martes negro» para ser recordados.
En esta segunda ocasión, no estamos en disposición para celebrar nada y todos nuestros esfuerzos deberían estar enfocados a sensibilizar «(…) sobre la paz y la seguridad, a prevenir y poner fin a los conflictos armados y a frenar el sufrimiento humano causado por las armas».
Armarse de paciencia sería lo que nos tocara. Pero no, lo hacemos rodeados de las otras armas, las que mueven el mundo en función de intereses que ni la mente ni el corazón llegan a entender. Las que juegan la partida según otras cartas que no vemos. Las que lanzan órdagos sobre la paz, en medio de las negociaciones de un cese el fuego. 
Naciones Unidas pone el foco en las armas de destrucción masiva, en particular las armas nucleares, con buen criterio. Pero sinceramente, y sin tener ni idea sobre tipología y catálogos, las armas convencionales en cualquier guerra, también pueden ser de destrucción masiva. Porque cada persona asesinada se suma a la lista de la destrucción que causa la guerra, la amenaza que representa para la humanidad y el valor (que no se define como masivo) de cada una de las personas asesinadas en un conflicto bélico. En este caso, ya se superan las 30.000, suficiente al menos para mí, para considerar este dato como destrucción demasiado masiva.
Podemos lanzar desde el aire ayuda humanitaria, podemos lamentarnos y llorar a los muertos. Pero lo que no podemos es normalizar las matanzas, ni mucho menos dejarlas al olvido, sin armarnos de valor para decir que ya basta de locuras sin sentido y sin alma. Morir en la cola de entrega de ayuda humanitaria, no es una masacre más. Que se abra fuego sobre civiles cuando hambrientos, acuden a las escasas entregas de ayuda humanitaria y son asesinados por un puñado de harina, no es una masacre más. Nos queda armarnos de esperanza, y soñar con que construir un mundo mejor aún es posible.
El precio de la harina sería un debate. Sin embargo, en esta locura del panorama internacional, hay que pensar en el coste de la harina que, en este caso, son la vida de personas que se encuentran ante la impotencia y las consecuencias de la guerra. El precio de la harina vs el coste de la vida.
No todo vale en la guerra, no todo vale en la vida, no todo tiene un precio, pero sin duda alguna, todo tiene un coste. Y a veces, hasta la misma harina, el ingrediente más básico para amasar el pan, sale demasiado caro. ¿Hasta cuando vamos a permitir las matanzas en pleno siglo XXI?