Abel Veiga

Fragua histórica

Abel Veiga


Rosa y algunas espinas

23/09/2023

Muchos, o tal vez, simplemente, algunos, dicen que ya no reconocen a este partido socialista. Lo viejo y lo nuevo, o la búsqueda de no se sabe muy bien qué, convergen en medio de una interesada ceremonia de confusión tanto conceptual, como coyuntural. Y esta vez, ya todo gira no como en octubre de 2016 cuando le cortaron las alas al secretario general del partido, hoy presidente del gobierno, –y cómo cambia este hecho– alrededor de una palabra, a saber, AMNISTÍA. El precio o el rédito, la redención y arrodillamiento ante un nacionalismo que sube la apuesta y que está crecido, justo en un momento donde en Cataluña el anhelo más radical de independentismo soberanista está más mitigado y diluido. Los azares del destino son, definitivamente, caprichosos y presuntuosos.
Mucho escuchamos hablar de traición a la generación de la transición. Esa misma que pactó con CiU y PNV cesiones de competencias, gestión y recaudación impositiva hasta límites que hoy nos trae a este cauce discursivo, seco y obsoleto, cínico y mesiánico. De aquellos lodos, …, ya se sabe. Y todo gira y sigue girando en una ruleta cansina y egoísta donde la pelotita está marcada. Nunca es saciable el apetito del nacionalismo. Pero no saber aprovechar las costuras rotas del mismo y claudicar y rendirse por un puñado de votos pone en juego principios, valores y el sistema mismo. Al tiempo. Simplemente es cuestión de tiempo y el precio a pagar por la convivencia, la tolerancia, el respeto y la IGUALDAD, esa misma que el nacionalismo gobernante desprecia y rompe y no quiere replicar al resto del estado. Y que ningún  gobierno central, del color que sea, está dispuesto a cambiar el status quo. Tampoco seamos cómplices de la idiocia asertiva y cínica.
La amnistía no cabe jurídica, constitucional y moralmente. Llamémosle como le llamemos. Pongámonos como nos pongamos y retorzamos como queramos los renglones del derecho. 
Paso a paso, sin prisa, pero sin pausa, la noria sigue moviéndose con sus viejos canjilones de penitencia irrendentista y la factura económica. Es la vieja letanía. Pero no hay más ciego que el que ve y viendo, se empeña en no querer ver, cuando sabe además que la nómina no la paga él, sino todos, entre otros, el marco de convivencia y respeto. La ruptura de la igualdad entre los españoles y sus territorios. Ninguno tiene más derecho ni tampoco más historia. No nos dejemos engañar o no lo hagamos a nosotros mismos. Y sin embargo cuántos complejos existen en este país.
Si uno lee los periódicos de hace cien años, más de lo mismo. Pese a golpes y dictaduras, siempre el recurrente "problema" catalán. Siempre un victimismo clasista e indiferente. Siempre una soflama incendiaria. Siempre, en definitiva, el anhelo por la diferencia y el sentimiento distinto. No hemos querido aprender nada. Pero sí hemos sido duchos y neófitos en la estulticia de hacerles el juego. 
Nadie podía aventurar un laberinto como el actual, pero el capricho que no castigo del destino ha subido la apuesta a una España que no se rompe, pero a la que se le van quebrando hechuras y costuras. Y cuándo más hacen falta políticos de talla y estatura intelectual, moral y humana, nos empequeñecemos, como la sociedad misma. Luego no vale la queja, ni el lamento. Terrible la candidez bisoña de los que miran hacia ese espléndido y egoísta lado llamado, indiferencia. Rosas y espinas, pero no solo para los socialistas, para todos. También para dos ancianos González y Guerra que el capricho de los intereses ha vuelto a reunir en el viejo Ateneo madrileño, y la mirada expectante de Manuel Azaña.