Hace un par de semanas, las noches nos traían más que oscuridad y estrellas: auroras boreales tras una tormenta geomagnética. Profana totalmente en el asunto, siempre he deseado ver una aurora boreal y aprender sobre las partículas arrastradas hacia los polos como si fueran imanes y, que al colisionar con átomos de oxígeno y nitrógeno, producen destellos de luz. Me alucina la perfección de la naturaleza, cómo está todo medido, cómo un minúsculo átomo puede producir la grandiosidad de un espectáculo de luz en movimiento.
No me pilló en noche cerrada ni en zona como para verlo a la puerta de casa como sí ocurriera en muchas zonas de nuestra provincia. Así es la vida, que a veces nos regala campos electromagnéticos, luz, color, espectáculos para no olvidar.
Dos semanas después de las auroras boreales, amanecemos con otras noticias que tampoco pueden dejarnos indiferentes. De los maravillosos fenómenos de la naturaleza hasta los fenómenos que entrañan locura, las otras tormentas que iluminan el cielo con bombas y odio. De las noches de primavera iluminando la noche oscura en un campo electromagnético, a campos de batalla, destellos de asesinados, humo y dolor. De átomos a estar atónitos.
Puedo llegar a imaginarme lo que sentiré al ver una aurora boreal. Pero lo que no creo que pueda llegar a imaginarme la noche que se ha vivido en el campo de refugiados de Rafah la pasada madrugada. Mujeres y niños, iluminados por otras auroras boreales sin sentido, en la misma ciudad en la que la Corte Internacional de Justicia había pedido que no fuera atacada. Atacada, violada, resquebrajada una vez más.
Las personas civiles asesinadas se suman a los miles de estrellas que llenan otros campos electrificados, como si la historia se repitiera 80 años después, llenando las cunetas de muertos que nunca volverán a despertar a la aurora de la vida.
¿Hasta cuándo? Estoy segura que eso mismo se lo preguntan la diosa griega del amanecer, Aurora y Bóreas, el viento del Norte que inspiraron a Galileo Galilei a bautizar el efecto de las auroras boreales. ¿Cuántos amaneceres vamos a tener con la luz de la guerra? ¿Cuántos vientos más de norte a sur, de este a oeste necesitamos, para que vuelvan aires que envuelvan de nuevo al mundo con un soplo de Paz? ¿Hasta cuándo vamos a tolerar que los fenómenos de la guerra apoyada por unos pocos, puedan más que los millones de personas que apoyamos la paz incondicional? ¿Hasta cuándo viviremos en el miedo? ¿Hasta cuándo?
El tiempo pondrá nombre a los fenómenos de violencia que estamos viviendo, o directamente nos juzgará como la generación que no supo vivir en paz, admirando cada atardecer y esperando una aurora boreal en cada amanecer.
Otras noches de luz y color. Otras locuras ya sin adjetivos, de iluminar la noche en el campo de batalla sin que esta vez entrañe partículas que emite el Sol y que chocan con el campo magnético de la Tierra. Esta vez son partículas que emiten algunas personas, para chocar con el campo magnético de la humanidad.