Desde hace ya muchos años, asistimos progresivamente a la sustitución de las buenas maneras, anteriormente llamado educación, por un deterioro de las formas tradicionales de comunicarnos, que es preocupante. Las diferencias de opinión respecto cualquier tema, no se pueden convertir en enfrentamientos, como si se tratara de enemigos irreconciliables a los que hay que erradicar. No se pueden convertir las discrepancias en odios.
Se ha instalado un nivel de agresividad insensato, que convierte los partidos de futbol en combates encarnizados, las manifestaciones políticas en actos de vandalismo, los conciertos multitudinarios en un caos de desperdicios y rotura de mobiliario urbano, que las reuniones juveniles de los fines de semana terminen en los servicios de urgencia de los hospitales. Tenemos que intentar terminar con esto, y tenemos que hacerlo nosotros, entre todos, no vale con echar la culpa a los nuestros representantes políticos o nuestras instituciones, es necesario que nos involucremos todos en atajar este problema.
Yo creo que somos muchos los que no entendemos, que un partido de fútbol, que siempre había sido una diversión, un motivo de entretenimiento placentero los fines de semana, se convierta en una batalla campal con muertes y heridos. Es una auténtica locura que un Derby regional se convierta en un problema grave de orden público, que exija un despliegue enorme de fuerzas de seguridad. Cuando veíamos los gravísimos disturbios en los partidos de futbol, en Argentina, con abundantes muertos, nos parecía que esto no podía ocurrir en España, pero nos ha llegado. Es inaudito.
No es de recibo, que las manifestaciones políticas deriven en graves altercados, que se destruya el mobiliario urbano, y que el saldo sea de destrucción y múltiples heridos, incluidas las fuerzas de seguridad del estado. Hay que hacer un llamamiento a la cordura y la serenidad, para que se pueda asistir a una manifestación de forma pacífica y poder dar nuestra opinión de forma segura, poder asistir a una manifestación acompañados con nuestra familia, sin miedo a sus consecuencias. Tenemos que parar esta espiral de violencia, o dentro de poco comenzaran a producirse muertes, en plural.
Los conciertos multitudinarios no se pueden convertir en una orgía de sexo y drogas, con el resultado de múltiples denuncias de agresiones de todo tipo, tráfico de drogas, suciedad, y comas etílicos. Tenemos que convertir estos eventos en un motivo de disfrute para todos sus asistentes, un placer para recordar, y poder contar como una experiencia inolvidable a nuestros hijos. Poder decir a nuestros hijos, yo estuve en Woodstock y estar orgulloso de ello.
El botellón juvenil de muchos fines de semana, no puede terminar convirtiendo un parque en un vertedero, no hay derecho, es un despilfarro que una fiesta juvenil ocasione un deterioro de un espacio público, y un gasto en los servicios de limpieza. Se puede comprender que compren la bebida en supermercados, por motivos económicos, pero no le da derecho a abandonar los restos, para que otra persona vaya a recogerlo. El derecho a divertirse, a pasárselo bien, a tomar una copa, a disfrutar de la compañía de los amigos, no se puede convertir en un derecho a emborracharse y acabar en el hospital o dejar un espacio público en un estercolero. Hay que poner unos límites, y en mi opinión, la responsabilidad fundamental es de los padres. Está demostrado científicamente, que las intoxicaciones etílicas reiteradas en las personas jóvenes, provocan daños cerebrales de difícil solución. Los médicos nos alertan a menudo de las consecuencias de este abuso del alcohol.
No va a ser un camino fácil, llevamos muchos años mostrando una permisividad suicida con las actitudes violentas, pero podemos ir acotando estos niveles de agresividad y violencia, poco a poco. No se trata de buenismo, sino de recuperar las buenas maneras en nuestras relaciones, la cordialidad entre vecinos y compañeros, y la amabilidad con los desconocidos y diferentes. Podemos y debemos.