El alcalde de una localidad pretender convertirla en un gran centro turístico para conseguir que se desarrolle y evitar que los jóvenes tengan que emigrar a otros puntos del país. Para ello y junto a su secretario decide marchar para documentarse y ver que es lo que han hecho en esos pueblos para desarrollarse y atraer turismo. Las cosas no salen como esperaban, ya que terminan gastando más dinero de la cuenta disfrutando de la oferta de ocio y fiestas de las ciudades de veraneo y acaban olvidándose del proyecto durante su viaje.
Es el argumento de la película El turismo es un gran invento, pero las similitudes con lo que nuestros dirigentes hacen cada año en Fitur es evidente. Su protagonista –Paco Martínez Soria– consigue que las bubby girls actúen ante los parroquianos de su pueblo y se aventura a anunciar la construcción de un Parador de Turismo. En film de la década de los años sesenta inmerso en la época del desarrollo económico de la dictadura franquista, que no ha perdido actualidad. El tiempo parece detenido en Ávila desde entonces (personajes abulenses reconocibles de esa cinta) y es que la Capital –la provincia también– se subió tarde a este invento del que van 75 años, entre otras razones porque tampoco tiene, ni le han proporcionado otro invento mejor para crecer.
Desde aquel encierro forzoso de la pandemia (5 años próximamente) asistimos a un boom del turismo –94 millones visitaron el país– que no solo se está traduciendo en número de turistas, sino en la construcción de equipamientos e instalaciones. Cerca del 65% se ha incrementado la construcción y reforma de hoteles y de viviendas turísticas. Este movimiento inversor, más propio de otras zonas, parece que llega hasta Ávila, con el retraso habitual como en otras muchas cosas.
Las estadísticas de viajeros, pernoctaciones y gasto en la capital siguen siendo bajas en comparación con otros destinos muy cercanos y similares, pero ello no parece ser obstáculo para que estén anunciados al menos cuatro nuevos hoteles (atrasados en el inicio de sus obras y aperturas) y reformas integrales de varios edificios reconvertidos en viviendas turísticas, lo que sin duda va a cambiar algo la fisonomía de la ciudad –principalmente del casco histórico–, y esperemos sirva de revulsivo a otros sectores afines (el turismo también incrementa los precios interiores).
Este aparente aluvión de inversión privada viene motivado por que el turismo sigue siendo ese gran invento, pero también por que la tendencia del dinero busca este espacio como refugio de inversiones/rentabilidades estimulado por la desamortización de solares e inmuebles procedentes de la ruina de aquel otro boom –inmobiliario– que desertizó hace más de tres lustros la ciudad amurallada. Valdemorillo del Moncayo (escenario de la película) no estaba preparada para ese turismo. La cuestión, hoy, es si Ávila está preparada en todas sus infraestructuras para recibir un mayor turismo en constante reinvención.