Sostiene Pereira que la filósofa Hannah Arend contaba una interesante historia para comprender los comportamientos humanos. Dice que se encontraba entre un grupo de mujeres judías en un campo de concentración francés esperando ser entregadas a los gerifaltes alemanes y miembros de la resistencia francesa consiguieron entrar en el campo y les ofrecieron la posibilidad de huir mediante pasaportes falsos. Solo el 5% de las mujeres aceptaron la propuesta y todas salvaron la vida. Las demás no creían en la posibilidad de salvarse y ni siquiera lo intentaron pese a saber lo que les esperaba de seguro al quedar en manos de los alemanes. La filósofa aprovechó la ocasión y eligió la posibilidad, aunque incierta, de vivir. Y acertó. Las que no dieron esa posibilidad al destino, terminaron en las cámaras de gas.
Cita esta historia Sara Berbel, doctora en Psicología Social al comentar una carta en El País de una periodista de 26 años que se quejaba de la imposibilidad de sujetar las riendas de su vida. Y comenta el concepto de "Indefensión aprendida" de Martin Seligman para intentar comprender esa desesperanza juvenil. O sea, el porqué, a veces, las personas no luchan ante situaciones que, quizás, podrían cambiar como las mujeres del campo de concentración. ¿Qué pasa con los jóvenes que han tirado la toalla?
Aunque desde los románticos del siglo XIX, la juventud ha mostrado ese cansancio vital, es cierto que las circunstancias cambian y es preciso analizarlas. Como todo en la vida, su situación actual tiene sus flaquezas y sus fortalezas. Entre las primeras: bajos salarios y, por ello, difícil emancipación familiar; escasez de viviendas sociales y, por ello, altos alquileres. Por el lado de las fortalezas: muy buena formación con alta aceptación en el mercado europeo; bastante participación en el voluntariado social y medioambiental; buena disposición al emprendimiento empresarial por la importante formación tecnológica; un muy nivel de idiomas como nunca ha habido en España, que les da opciones para viajar y para trabajar fuera; además tienen y conocen los diferentes medios de conectarse a través de las redes, que, sin obviar algunos contras como el ombliguismo solitario, les permiten un abanico de relaciones hace poco impensable. Por lo tanto, esa desesperanza juvenil debe obedecer a causas reales que la sociedad y los Gobiernos tienen que tomarse muy en serio (tener en el Gobierno de España, por primera vez, un Ministerio de la Juventud, parece una buena idea).
Ahora bien, como sus fortalezas son muchas, la juventud debe hacerlas valer. Caer en el desánimo, a veces potenciado por algunas fuerzas políticas reaccionarias para conquistar su voto y abrazarse al sálvese quien pueda, solo puede llevarlos al nihilismo y al miedo al futuro. Ambas situaciones son incapacitantes. La vida nunca fue fácil para nadie y el futuro depende de lo que las gentes, en este caso, los jóvenes, hagan en el presente. Siempre se dijo que "la unión hace la fuerza". Aunque la historia muestra que es cierto, muchos jóvenes tienen alergia y desconfían de las estructuras políticas (sindicatos y partidos políticos) que han transformado la realidad hasta hoy. Por eso, en un mundo en el que cabalgan muchas dictaduras y la extrema derecha crece en Europa, el potenciar la democracia es un valor que merece explorar. Participar en la vida política para que su voz se oiga y para que su voto pueda contribuir a cambiar todo aquello que hoy les hace difícil su día a día, se hace cada vez más perentorio. Si los paralizados, jóvenes se resignan a repetir que vivirán peor que sus padres, les pasará lo mismo que a las mujeres de los campos de concentración. Porque, han de tener presente que sus abuelos lo tuvieron mucho más difícil y alumbraron el incipiente bienestar suyo y el de sus hijos, padres de los actuales jóvenes. La Historia demuestra que el futuro nunca está del todo escrito y los jóvenes, también los abulenses, tienen mucho que decir y hacer para diseñarlo.