Sostiene Pereira que ha terminado, estos días, el libro De la Casa del Pueblo a la alcaldía de Ávila, Eustasio Meneses Muñoz (1882-1941), obra de Francisco Arrabal. Lo ha leído con el interés y la emoción a flor de piel no sólo porque habla de la historia de Ávila en tiempos bien «recios» sino de la vida intensa de un hombre sencillo, luchador y comprometido, vecino pobre del barrio de Ajates. Un carpintero que, por su categoría humana, llegó a ser, en 1936, el primer y único alcalde socialista que ha tenido el Ayuntamiento abulense. Sindicalista y ugetista desde su juventud, siempre destacó por su trabajo en defensa de la clase trabajadora, que sufría un alto paro y por su espíritu conciliador según atestiguan sus adversarios políticos. La Guerra Civil le arrebató la alcaldía y lo encarceló. A resultas de las penurias carcelarias, murió al poco de ser liberado. Por su trayectoria, no cabe duda que fue un alcalde excepcional, un «bicho raro» como señala JM. Sanchidrián, en un tierra adicta al conservadurismo político y religioso.
Hay que agradecer a Isaac y compañía, de la Unión de Jubilados de la UGT de Ávila, que hayan impulsado esta publicación que servirá sin duda para conocer una parte de la historia abulense tan reciente y tan ignorada. Con esta publicación, sigue el espíritu de las Casas del Pueblo que, desde su origen de la mano de su fundador Pablo Iglesias Pose, puso especial interés en que los obreros bebieran de la cultura y de la reflexión política.
Por este libro, pasan las sociedades obreras, las manifestaciones, las huelgas, las polémicas en unos Plenos municipales llenos de vida y de proyectos rotos, las depuraciones, los encarcelamientos y los fusilamientos. Y sobre todo, pasa el empeño del protagonista, pacifista militante, por el diálogo incansable para que los más desfavorecidos tuvieran una vida mejor. Esto dice de él, el capitán de Intendencia Pelegrín Iranzo, alcalde que le sustituyó tras el golpe de Estado: «Era un socialista de temperamento templado, reflexivo y enemigo de toda violencia con un criterio de justicia muy acentuado y de una honradez y delicadeza significadísimas, cualidades todas que se pusieron de manifiesto en el desempeño del cargo».
Gracias a su tesón y buen hacer, se enfrentó a los problemas heredados en el Ayuntamiento que eran ya crónicos y que resuenan todavía hoy: el abastecimiento del agua, las continuas subidas del precio del pan y de los alimentos básicos, el alumbrado público, el teléfono, impuestos y tasas abusivas y, sobre todo, el paro obrero. A estos hay que añadir la falta de fondos del Ayuntamiento para construir los edificios educativos que impulsó con entusiasmo: Escuela Normal de Maestros, Instituto de Segunda Enseñanza y Grupo Escolar Teresa de Cepeda y Ahumada. Como curiosidad y ejemplo del debate consistorial, basta leer las páginas sobre el cambio de nombres de muchas calles y el impuesto municipal por el toque de campanas.