A pesar de ser blaugrana por estética, no soy muy dado a seguir el fútbol en directo o incluso en televisión. Habré ido una o dos veces en mi vida al Adolfo Suárez a ver al Real Ávila, equipo de mi ciudad, pero al que no sería justo que llamase mi equipo. Lo que no quita para querer expresarle mi alegría abulense –espíritu de tribu– y mis felicitaciones por una temporada para enmarcar, culminada con el ascenso de categoría el pasado domingo. Todo deportista aspira a disfrutar con su pasión, pero también a ganar, objetivo logrado con creces por el club en su centenario.
Fue un día para el recuerdo, por lo que vi en múltiples fotos y vídeos. Eso sí, he de reconocerles, estimados tres lectores, que me causó cierto sonrojo ver que no quedaba un solo político sin retratarse, no fuera que se le criticase no haber estado allí o su falta de pasión por los colores encarnados. Son momentos de apoyo y reconocimiento, pero me pregunto cuánto tienen de sincero y cuánto de escaparate. Permítanme que sea algo mal pensado, máxime cuando el escaparate es un estadio municipal en condiciones deplorables desde hace décadas y para el que no tiene mucho sentido que pueda haber dinero, si nos creemos lo que nos cuentan y presupuestan en magras ayudas a otros clubes o sectores.
Ante tanta euforia como la vivida, me gustaría recordar que los éxitos futbolísticos no son la solución a nuestros males, que son muchos y otros, lo mismo que no creo que el plato de lentejas por el que los socialistas locales venderán su primogenitura por la estabilidad vaya a saciar el hambre que nos acosa. La Segunda RFEF no es rama que nos saque de las arenas movedizas donde nos hundimos. Los triunfos deportivos suelen ser consecuencia de un crecimiento social y económico, pero pocas veces son activadores y causantes del mismo. La tentación de usarlos como «panem et circenses» en situaciones de crisis es demasiado golosa para que los gobernantes la dejen escapar. Desde ya, deseo muchas temporadas de gloria al Ávila, pero también que su fortaleza sea reflejo de la de la ciudad y no solitario oasis en su desierto.