A alguno le pudiera pasar como a Aristómenes, que avergonzado cubrió su rostro levantando su remendado manto y, sin querer, dejó al descubierto el resto del cuerpo, o sea, las vergüenzas; no era consciente del espectáculo pese a las advertencias. Así se relata en El asno de oro, de Apuleyo.
Próceres políticos y ayudantes de antaño, con la túnica a media asta, como Aristómenes, los vemos desfilar ahora por las salas de la justicia y las Cámaras de los padres de la patria. El espectáculo está servido y seguirá. Le pediremos prestada a Miguel Ángel Aguilar su "Silla de pista" para contemplar el teatrillo y los acontecimientos, los que fueron y los que serán.
Un ramillete de casos aparece ante la justicia, lenta pero inexorable; primavera florida que se alargará hasta el verano. Sus autores relatarán sus penurias, que de todos los colores las hay, adecuadas a cada tipo de prensa: blanca, amarilla, rosa e incluso negra.
Pese a todo, el Estado de derecho funciona, de las comisiones de investigación ni hablo. Personajes de todo tipo y condición deambulan por las salas de vistas y audiencias tratando de explicar sus vergüenzas, pero como le pasó a Aristómenes, no les vale ocultarse tras la "túnica de poder", que ha encogido a fuerza de lavados que de nada han servido. Ahora pasarán unos y otros por la única lavandería experta en el tratamiento adecuado a cada caso: la ley.
Don Rodrigo Rato declaró con altivez, o eso percibimos en su comparecencia. Las imágenes del juicio ofrecidas por la televisión muestran un exministro instalado en ese pedestal de engreimiento que ya no existe. Esa altanería debe venir de serie, pues vemos a José María Figaredo Álvarez-Sala, sobrino del Sr. Rato, diputado de VOX por Asturias, lanzar bulos sobre la presión fiscal, acusando al Estado de depredador, afirmaciones que alimentan los clubes de la comedia y, por desgracia, las redes sociales. El cronista asturiano Armando Nosti nos debería ilustrar.
No salimos de una y ya estamos metidos en la siguiente historia. Algunos casos provocan risa si no fuera porque el descaro de los implicados indigna. En la lágrima estábamos oyendo la triste vida del Sr. Rubiales, por él mismo narrada. No tiene ni para un refresco. Un amigo pretendió hacer una colecta, crowdfunding le llaman los que dicen saber de finanzas, lo de colecta quedaba cateto. Pobre, no tenía ni para un refresco, pero de pronto alguien escribió sobre sus propiedades, y otros bienes. ¿En qué quedará el serial?
Vimos otro día al todopoderoso Zaplana, expresidente de la Comunidad Valenciana, en su obligada presentación en el juzgado de turno. De pronto fue reprendido con severidad por una ciudadana cuando trataba colarse. Toda España pudo ver al, un día, altivo Eduardo Zaplana entrar con la cabeza gacha cuando la benemérita le facilitó el paso. Sus ayudantes más próximos y algún empresario convocado por el juzgado han olvidado la pleitesía, fíese usted, señalándole de manera inmisericorde. Quién le ha visto y quién le ve.
La justicia espera a otros tantos como Alberto González, el novio, cuyo nombre nada dice. Paso por el Senado el Sr. Ábalos: sin pena ni gloria. Ahí siguen pendientes los casos Villarejo, Bárcenas, Pino, con las tramas Gürtel, Kitchen, policía patriótica, o el escándalo de los ERE en Andalucía. Pocos partidos se libran y, lo que es peor, las generaciones que les suceden no escarmientan. Cuando Lord Acton escribió, en 1887, aquello de que "el poder tiende a corromper y, si el poder es absoluto corrompe absolutamente", una obviedad, oiga, que no vieron quienes gobernaron de forma totalitaria, creyendo que aquello sería eterno y que no habrían de rendir cuentas. Estamos en democracia, y estos casos son la vergüenza para un Estado de derecho.
Tienen faena los de las puñetas y las togas, más de lo que quisieran. Los atascos de algunos casos, más urgentes para los ciudadanos de a pie, son un martirio, y esperan pacientes su resolución, padecen cansancio y, a veces, contemplan escandalizados algunas actuaciones. Miles de jueces hacen una labor callada y silenciosa; la mayoría está cansada del ninguneo, pero unos pocos suelen meterse en charcos. La pirámide demográfica de sus señorías sigue la estela de la población, abundan los profesionales que han dedicado ya más tiempo a la judicatura de lo que les queda en activo, y pronto muchos se jubilarán.
Se lamentaba el Consejo General del Poder Judicial del déficit estructural en la plantilla de la carrera judicial, con más vacantes que ingresos. El presidente de la Institución, Vicente Guilarte, dijo en febrero que se iba el próximo verano: veremos; ¿y los demás? Cinco años esperando relevo. Otro vocal, Ballestero, entrevistado en un medio nacional, responde más en tono político que como responsable de asuntos de la justicia. Malo. Mientras haya interinidad habrá estancamiento y parálisis.
Justicia y política mezclan mal, es una combinación tóxica de difícil comprensión para los ciudadanos, y cada una debe estar en el ámbito que corresponde sin entrometerse entrambas. La excesiva politización es contraproducente y en la mente de todos, Legislativo, Ejecutivo y Judicial, debiera estar marcado a fuego el 117 de la Constitución: La justicia emana del pueblo. ¿Es el pueblo consciente de las tropelías? ¿Y de que la soberanía nacional reside en él?, artículo 1. Constitución obligatoria en las escuelas, ¡ya!
Nuestro Estado de bienestar se va quedando viejo en sus instituciones y en quienes sustentan sus pilares. Se necesita savia nueva en abundancia.: médicos, faltan miles; educadores, tanto da; administradores de justicia, lo dicho. Habrá que remunerarlos como merecen. Los políticos tienen competencias, aunque según donde ejerzan se desorientan, por usar un eufemismo. A veces, los administrados tenemos la sensación de que alguien está descuidando sus responsabilidades y empieza a vérseles las vergüenzas. ¡Ay Aristómenes!