Antes de comenzar la implacable dieta navideña, en una cena de la junta del CLC, su vicepresidente Alfonso, al comentar una situación conocida y popular, una de esas en la que todo el mundo muestra su consenso, guardó un silencio atronador. Le tuve que repreguntar para saber si estaba de acuerdo con lo que estábamos debatiendo en ese momento y que tanto se alejaba de ese consenso.
Yo no llegaba a discernir si guardaba un silencio cómplice porque disentía de nuestros planteamientos, pero más bien me dio que pensar que simplemente le habíamos cambiado el punto de vista a través de algo tan humano como es conversar y dialogar entre amigos. Se había dejado arrastrar por la fuerza y la propaganda de ese estentóreo punto de vista generalizado hasta que se vio forzado a pensar y elaborar algo por sí mismo. En las distancias cortas todos nos la jugamos.
En estas personalidades únicas y brillantes, como si fuera un Morante o mejor un Curro Romero, lo que considerábamos que era un callejón sin salida, se tercia con una genialidad. «Estoy de acuerdo con vosotros» dijo Alfonso, para añadir esa virguería propia del Maestro «vivimos en una época especular, de juego de espejos, donde todo no es sino un reflejo de la realidad» y se quedó tan ancho mientras que nos lanzábamos al imponente escalope que por un tema de natural edad ya compartimos y no como antes.
No pude por menos que rememorar una de esas atracciones de las que desconozco si se ha privado a las generaciones que están y vienen. Los juegos en las ferias con los espejos cóncavos y convexos que no devuelven la realidad como es, sino que la deforman con el objetivo de llamar nuestra atención. O más grande o pequeño.
Estos temas de situación de los que hablábamos operaban en un sentido análogo pero distinto. Lo que parece que favorece a uno, en el fondo está operando en su demérito. Lo que parece que causa la indignación resignada de otros, en el fondo le favorece, aunque juegue en sentido contrario. Lo que parece que clama al cielo por la improvisación, en el fondo parece seguir un guion donde el que reparte las cartas no es el apostador sino la 'víctima' en ese famoso aforismo de Clint Eastwood.
Sin embargo, al ser este un juego de espejos, nadie que no consiga saber que estamos habitando ese particular laberinto, se encuentra desprovisto de la necesaria distancia para el discernimiento para poder interpretar. No buscamos la salida de este vericueto, estamos cómodamente instalados, incluso pensamos que convenceremos al Minotauro cuando le encontremos en el sentido Borgiano del mismo, y que se rendirá a la luz de nuestros argumentos en vez de devorarnos como se describe en su naturaleza. Ni tan siquiera el amor lo convencerá.
Que vivimos una época que parece haber desistido de cuestionarse todo va en consonancia con el fundamental libro que les recomiendo de 'Dopamine Nation' de la doctora Anna Lembke, en el que el desarrollo de tantas tecnologías y los estímulos de todo los que nos rodea, ha sustituido por abuso de esta 'droga interna' que producimos nosotros, pero que nos es provocada por todos los estímulos a los que estamos sujetos, y que nos lleva a estar siempre insatisfechos y a buscar la inmediata euforia más banal en el sentido literal y pecaminoso del término. Y lo peor es que sustituimos el criterio o la necesidad de pensar a corto y a largo, de rechazar lo que no nos conviene, lo necesario por lo que pasa en cada segundo. No leemos, vemos series. No vivimos experiencias propias, devoramos experiencias de otros en Instagram.
Por eso es tan difícil ver fuera de ese laberinto donde opera el juego de espejos pero en este año que empieza no puedo dejar de desearles que sea así para todos y no sólo para Beatriz y Ramón que se casaron al final del año en Monsé Rubí, alimentando así la esperanza de formar una familia que desafíe al tiempo.