Supongo que el paseo de la Estación retomará algún día pasada lozanía y amplitud al tráfico rodado, aunque no las tengo todas conmigo. Hay paisajes urbanos que, modificados, quedan así anclados en la retina. Quizás dentro de varias décadas nuestros nietos se sorprendan al ver antiguas fotos de la calle de mi primer hogar sin vallas, zanjas abiertas o placas metálicas cual pasos de peatones.
Supongo todo acaba algún día, porque la avenida de Portugal ha visto la luz al final del túnel —podrían haber hecho uno ya de paso de cara al tan necesario metro abulense— tras tantas cicatrices remendadas y reabiertas el año pasado.
Supongo que el paseo de San Roque alcanzará en breve esa categoría que tan solo disfruta ahora junto al parque, y se convierta todo él en tranquilo paseo peatonal vetado al tráfico, mientras surgen en su calzada crípticas marcas de colores amenazando nuevas excavaciones, desvíos y giros prohibidos por doquier.
Supongo que otros preferirán la Quinta Avenida neoyorquina, los parisinos Campos Elíseos o la Unter den Linden —puerta de Brandemburgo incluida— en Berlín, pero seguro de que todas quedarán eclipsadas pronto por Nuestra Señora de Sonsoles, que rivalizará con la Gran Vía madrileña o las Ramblas condales en cuanto consigan rematar esos pequeños flecos en ella que parecen necesitar meses para ser zurcidos. No se ganó Zamora en una hora, ya saben.
Supongo que, al igual que cualquiera de nosotros, estimados tres lectores, estamos obligados a pagar la correspondiente tasa de ocupación de vía pública si nos da por hacer una obra cortando la calle que es de todos, las empresas privadas —por mucho que vengan con el moderno y políticamente vendible marchamo de dedicarse a las energías limpias— también cotizan para instalar las redes que les garantizarán pingües beneficios y un monopolio de facto en su área. O, si hay un acuerdo con ellas que las exima de ello, será público y obteniendo claras y beneficiosas contraprestaciones.
Supongo que nuestros munícipes y técnicos habrán tenido siempre en cuenta el bienestar del ciudadano a la hora de la ejecución de las obras, primando la celeridad frente a ofertas que se demoren a fuer de rebajar el precio. El tiempo agregado que gastamos los ciudadanos dando inverosímiles rodeos para llegar a sitios antes cercanos tiene un coste, por mucho que no aparezca reflejado en el presupuesto municipal.
Supongo que, lo mismo que en las páginas web municipales hay secciones, mapas interactivos y dosieres de prensa contando lo mucho que se hace gracias a los fondos europeos —propaganda antes que información—, habrá en algún sitio detalles de cuándo empieza y acabará cada obra, en qué momento se cortará qué calle y cuándo se volverá a abrir, así como mapas de cuánto queda todavía de este reventar ciudad. La zona sur todavía no ha catado las mieles de la afamada red de calor.
Supongo que me dirán que no entran entre mis escasas capacidades y conocimientos el saber de obras públicas, gestión de subvenciones u ordenación de tráfico. Que vale ya de poner palos en las ruedas al desarrollo de la ciudad. Y supongo que tendrán razón. La ciudad es lo importante, al fin y al cabo; yo no soy más que un vulgar ciudadano.