Tarde de sábado de película y manta. Rara vez se alinean los planetas para sacar un par de horas libres y que, encima no las dedique a la lectura o al deporte. Así que, aprovechando esta dedicatoria del tiempo, me senté frente a la tele para ver la nueva versión de la tragedia de los Andes.
Manta y sofá, dos buenos aliados para ver un largometraje que no tiene, ni por un instante, calor y acomodo. Y menos aún comida, por lo que evité las palomitas y me conformé con un café caliente que elevaba la temperatura de las gélidas dos horas de tragedia.
72 días de superación, agonía y esperanza, darían para dos horas y mucho más. Para escribir un libro o veinte. Para hablar sobre lo moral, lo digno o lo que significa la supervivencia en su estado más puro. El silencio de la montaña. El silencio de los corderos. El vacío inmenso que a la vez se llena de eco de la sierra cubierta de nieve. Y de nuevo el frío, el hambre, la sed, la angustia.
Recuerdo cuando la anterior versión, en la década de los 90, abrió el debate de la ética, la moralidad, la necesidad. Y me preguntaba en aquél entonces, y el sábado lo volví a hacer, qué hubiéramos hecho cada una de nosotras en su lugar. Cuáles hubieran sido nuestras reacciones, quién hubiera liderado, quién hubiera hecho el trabajo sucio, quienes hubieran ocultado la realidad para darle un poco de color al instante y hacer que la esperanza no vistiera en blanco y negro. Creo que la respuesta en todo momento tenía como clave la suerte de no haber vivido esa tragedia y, lo que puede ser aún peor, sobrevivirla.
El hambre, el sufrimiento más indigno de la condición humana. Lo que parece que quedó en otra década, en otro momento de la vida, solo para catástrofes, o solo en la tragedia de los Andes. Pero resulta que la sociedad del hambre está instalada en el siglo XXI, ampliando extensión geográfica y gravedad.
La crisis del hambre en Nigeria, Somalia, Kenia, Etiopía, Níger y Angola, entre otros países, que eleva el sufrimiento humano a la máxima potencia, teniendo entre los factores más importantes la falta de lluvias durante cuatro temporadas consecutivas y la extrema vulnerabilidad de las madres jóvenes, niños, niñas y las personas con avanzada edad. La sociedad del hambre que en esta ocasión no aparece por un accidente, sino por una crisis climática que se agrava sin que nada ni nadie lo pueda remediar.
Quizá en unos años, puedan grabar otra película, en la que la nieve ya no sea protagonista, pero sí la falta de agua, la constante escasez de comida, la esperanza de unos por salir a flote y la falta de políticas y conciencia social de lo que suponen las consecuencias humanitarias que se derivan. La veremos en el sofá, quizá la manta no sea necesaria porque ya estaremos a 45 grados.
Ya imagino el trailer: Basada en hechos reales, La Sociedad SIN Nieve, es una película que trata de hambruna, de falta de esperanza, de personas que se entregan para sobrevivir, mientras otras dejan la vida pasar. Una historia real, cómo la falta de recursos puede hacerte cambiar de país, cruzar un mar, navegar sin rumbo, sin saber dónde estás o hacia dónde puedes ir. ¿Qué ocurre cuando el mundo te abandona? ¿Cuándo no tienes ropa, te estás congelando o asfixiando de calor? Cuando no tienes comida y te estás muriendo. Una película que, como la vida, trata de superar, de adaptarse, de sobrevivir independientemente de lo que ocurra, de sacar de cada una de nosotras lo mejor para sobreponerse a cualquier situación.
La Sociedad SIN nieve, en la que vivimos hoy, la que causa el hambre a cientos de miles de personas en otros lugares del mapa. La sociedad SIN nieve que debe y puede intentarlo hoy, para que la película no se estrene en el futuro.