En 1588, tras la estrepitosa derrota de la Armada Española frente a las costas inglesas, Felipe II mandó instaurar un impuesto que sirviera para recomponer la Hacienda española. Este nuevo tributo, conocido como el «servicio de millones», tenía la particularidad de estar destinado a todos los estamentos, de manera que tanto los nobles como los clérigos estaban también obligados a contribuir. En los siguientes meses, la Nobleza procuró por todos los medios conseguir que el Rey revocara su decisión y obligara tan solo al pueblo llano a contribuir con sus medios a la recaudación prevista.
En Ávila, ciudad de importantes e influyentes linajes, el rechazo a esta medida no se hizo esperar. Tanto, que incluso la Iglesia intentó involucrar al Papa para conseguir librarse del pago del impuesto. Felipe II había concedido seis años para recaudar los ocho ducados que se habían previsto necesarios, así que durante los primeros años de la década de 1590 el problema todavía no se había solventado. En 1591, el Monasterio de Santa Ana acogió el nombramiento de Sancho Dávila como obispo de Cartagena, una ceremonia con un gran peso simbólico, pues el nuevo prelado era hermano de Gómez Dávila, marqués de Velada y mayordomo del Rey. El Concejo de la ciudad había acusado a la familia de no contribuir en la defensa de su causa y de no intervenir en la Corte para acabar con el servicio de millones. De manera que, al día siguiente, el 21 de octubre de 1591, la ciudad amaneció con pasquines repartidos en diversos puntos, como la Catedral o la Casa de las Carnicerías, en los que se recogían una serie de palabras contra el Rey por obligar a los nobles y al clero a colaborar en el pago del impuesto.
Cuatro meses después, en febrero de 1592, fueron condenados a muerte Enrique Dávila y Diego de Bracamonte como instigadores de todo ello, por delitos de lesa majestad y alta tradición. La pena del primero fue conmutada por cadena perpetua, pero el segundo fue decapitado en la plaza del Mercado Chico el 17 de febrero y sus restos llevados a la capilla de Mosén Rubí. Allí permanecieron hasta que recibió sepultura en la capilla que su familia, emparentada con los Señores de Fuente el Sol, tenía en la iglesia del monasterio de San Francisco. En recuerdo de este episodio trágico para la ciudad, en 1697 se colocó sobre la puerta de la sacristía de Mosén Rubí una pintura del Cristo de Burgos a modo de exvoto, obra de Manuel de Balluerca, en la que se recoge la plegaria por el alma de Diego de Bracamonte, «muerto por defender los intereses de Ávila».
En 1908, este episodio quedó recogido en uno de los capítulos de La gloria de Don Ramiro, de Enrique Larreta, quien lo consideraba uno de los días más tristes de los que se recuerdan en la ciudad. Tanto el cuadro como la historia que guarda detrás se recuperan ahora en la exposición Otro Calvario, que cuenta con la participación de dicha obra.