Nunca me cansaré de apuntarme a cursos de orientación. Siempre aprendo mil cosas, que, de un curso a otro, se me han olvidado. Seguramente por falta de entrenamiento, por aprender sobre naipes sin cimientos, o simplemente por no ser precisamente una Magallanes surcando los mares del sur. Por eso mismo, me paso la vida ubicando países, intentando leer contextos, interpretar los mapas que trazan las líneas de la vida. Que la tierra no es plana, es algo que tenemos superado. Aunque solo sea, porque pagamos la tarifa esférica que nos posiciona en el mundo.
Con la mirada en la estrella polar, ubicamos el Norte. Mi Norte. Frío, ventisca, lluvia y largos ratos de oscuridad. La cara dura de la moneda bajo la nieve y la humedad. Demasiados días viviendo la crisis del norte, que no quiero que me despiste. Que «perder el norte» nunca sea, en este caso, opción correcta. Otro invierno que llega a escuelas bajo el metro o escasez de recursos para calentar lo que algún día fue el hogar. Demasiados días poniendo el foco en el norte, lo que fue, lo que será, lo que está siendo ya un conflicto pasado, mientras otro dron vuelve a iluminar el cielo, con destellos de muerte y destrucción.
180 grados, rumbo al sol. ¡Caray, que contrastes! Oleada de cayucos llegando a las costas canarias. Sangre, sudor y lágrimas con sabor a mar en el trayecto que lleva a otro norte, a otro continente. Frío en el camino, hipotermia de sueños, escalofríos de miedo, miradas perdidas. Otra barca con x número de personas, sin saber ni su nombre ni su historia. Eso da igual, porque a fin de cuentas ya son otra cuota para dividir, en todos los sentidos.
Otro drama deshumanizado, que nos debiera hacer mirar, aún más al sur, al otro sur. El que nos enfrenta a mafias, a historias mal contadas, a pasados que se quieren borrar para buscar un futuro mejor. A madres que embarcan a sus adolescentes, cuando a los míos casi ni les dejo cruzar la calle, para que crucen en océano y se enfrenten a mares de incertidumbres. No sé cuál es la solución, pero sé que el drama no es cuantificable. Necesitamos respuestas que no crucen en mar, al grito de «re-mén, re-mén», porque los tiempos han cambiado, aunque solo sean los dígitos de los años y no las mentalidades.
Si miro al este… ¡No quiero mirar al este! Me estremece ver como los hospitales y los campos de personas desplazadas están de nuevo, en el punto de mira. ¡Siempre cae la moneda del lado de las personas más vulnerables! No quiero más daños colaterales, ni más dolor en las entrañas. No quiero que sean un número ni tampoco quiero saber de qué lado cayó el misil. Solo quiero que quién tenga que luchar, lo haga en despachos, en reuniones, con acuerdos. Que la vida no es una batalla continua, ni la lucha tiene que ser siempre el dolor.
No quiero mirar al este, pero tenemos que hacerlo, para no perder la perspectiva, para no olvidar cada gota de sangre derramada en nombre de una bandera o un credo. Quien mata, es asesino, sea cual sea el motivo.
El oeste es otro muro fronterizo. Campamentos, que no son de verano. Colonias que no son juveniles. Terrores que no son cuentos de niños. Otro drama que deja a un lado la comida, las condiciones higiénicas, el temido hacinamiento de personas. Una vez más, las «otras Lampedusa» que son parte de nuestro ADN y que hacen que tropecemos como humanos cientos de veces sobre la misma piedra. Que migrar no es de cobardes, y migrar con mucho dinero de valientes. Que hacer viral en tik tok el drama, no nos hace menos culpables.
Con este panorama afrontamos los dos últimos meses del año. Supongo que, en enero la Agenda de los países, no contaba con el cataclismo de planeta que tenemos hoy en día. Nadie sabe dónde está en el botón de reiniciar y creo que pocos lo estamos buscando. Esta brújula loca, nos lleva al drama, a las consecuencias humanitarias sin precedentes, a un mundo que a veces parece plano y en dirección equivocada.
El rumbo que le damos a nuestra vida es lo que va a marcar el nuevo futuro. El que queremos construir, en el que debemos educar. El otro compás, que marca el ritmo de lo correcto, de lo humano, de lo que no podemos medir. Porque cuantificar, es, deshumanizar el drama, el camino, el nuevo rumbo que nos debe guiar por otros derroteros, a ritmo de la música que entona la palabra convivir y no sobrevivir.