Quienes pasamos una edad, recordamos a un empleado del Ayuntamiento que allá por los ochenta y primeros noventa llenaba con carteles los pilares del Mercado Grande. Se ayudaba de una escoba y un cubo repleto de cola o de engrudo y era inevitable y hasta pertinente que salpicara con sus escobazos sobre el granito a todo el que pasara a poco más de un metro. Ahí lo llevas. El pegote en el abrigo. Como en aquella época era la edición vespertina de El Diario de Ávila el único medio para enterarse de las actividades de la ciudad, causaba expectación entre los solitarios transeúntes el trasiego de cartelería en los soportales. Se superponían unos a otros los carteles, los afiches y los pósteres, señal lenta del paso de la vida. Y no es que fueran gran cosa, pero era mucho en ese contexto: las fotos en color de unos cantantes en las fiestas de verano, las exposiciones temporales de la Caja, alguna conferencia y el recurrente triduo, novenario o vísperas en loor del santo correspondiente. Las cosas de Ávila. La ciudad de provincias. Sorprendía a veces el operario a los más pequeños con un cartel gigante con las fauces del león, síntoma evidente de la llegada del circo, y los más conspicuos, incluido el párroco cercano, protestaban por el muslo que mostraba en una foto una vedette ya algo decadente. Tres únicas funciones en la ciudad.
Tenía aquella publicidad, como las carteleras de los cines (en plural), ese toque naif e inocentón de nuestra infancia y era parada de observación y lectura en las idas y venidas al colegio. La ciudad ha cambiado, como así lo ha hecho la difusión de los eventos. Pero es síntoma evidente de decadencia urbana el hecho de que Ávila, por cualquier calle o por cualquier barrio, se llene otra vez de carteles. Los hay en las esquinas, en las cristaleras de un comercio cerrado, en ese local de solera que jamás abrió, en las paredes del edificio abandonado que espera su rehabilitación, en las vallas de las obras, en las farolas y hasta en las piedras. Ávila está llena de carteles. Monologuistas que uno desconoce, humoristas que de antemano no hacen gracia, teatrillos, cursos, sorteos, presentaciones de libros. La ciudad entera, incluido el centro histórico, es una inmensa cartelera. Alguien dirá con orgullo que la vida cultural es muy activa y hay mucho donde elegir. Cuando veo un escaparate lleno de afiches o carteles yo pienso en ese comercio que allí tenía su actividad y que para siempre ha desaparecido. Un escaparate repleto de carteles es un síntoma también de dejadez y de fealdad urbana. Me gustaba esa frase clásica: prohibido fijar carteles. Responsable la empresa anunciadora. Así está Ávila.