Fernando Romera

El viento en la lumbre

Fernando Romera


Bajas emisiones y un autillo en el parque

05/06/2024

Todavía no había hablado de la primavera. Quien me lee sabe que todos los años le dedico una columna porque es cosa destacada en el imaginario de uno. Y lo es porque lleva marcándole los tiempos desde niño. El final de la primavera es, para los que nos hemos dedicado a enseñar y a aprender, de una u otra manera, el paso a otro año, el final de año propio, con sus campanadas y su champagne. En este recordatorio de hoy tengo que hablarles del autillo del parque que llegó, puntual desde hace años, aún en los últimos fríos de abril y que viene a ser el reloj de la nochevieja de éste. No sé si es el mismo que vino a anidar con la pandemia y que, en el vacío humano del momento se dejaba oír sin más obstáculo que el silencio que, a veces, se imponía a sí mismo. Supongo que será, porque se cuelga del mismo árbol desde entonces, más o menos a la misma hora y empieza ese canto de pájaro de mar, o, por lo menos de navegante habituado, que vibra como el sónar de un submarino, rítmico y aburrido. La naturaleza tiene tiempos monótonos, siempre idénticos, pero que se nos hacen nuevos cuando vuelven. Así que recibimos a las golondrinas como si fueran otras, o las mismas; a los vencejos, que manchan el cielo como el mensaje de un tapiz oriental, con sus letras inexplicables; o al autillo y su charla de viejo desmemoriado. En el jardín de San Roque, en uno de sus grandes castaños, hace su vida nocturna, entre el ruidillo de los que pasean con el perro, los chavales que escuchan música en el móvil y los que se acurrucan con la novia en uno de esos bancos de piedra con no pocas historias que contar. Nadie parece estorbarlo aunque algunos días me ha parecido que me hablaba desde el negrillo de la plaza de Italia. Será que hace vida social y peregrina a calles más surtidas de movimiento y gente. Y será que ha elegido el centro de la ciudad para vivir, la zona alta de esta colina que era Ávila antes de que su gente se fuera rodando al valle o trepando a los altos de Vicolozano y quedase todo para llenarse de obras, viviendas turísticas y locales sin uso. Creo que el bueno del autillo va a sentirse a sus anchas en esta ciudad de cartón piedra, como lo van siendo ya todas las ciudades históricas; sin mucho que moleste, con el aire purísimo de las zonas de bajas emisiones y los pocos coches que entren, que serán eléctricos y silenciosos para no molestarlo en exceso. Nos vamos viendo, señor autillo, si Dios quiere y no se desanima usted para el año que viene, que andará esto algo más solitario con las normativas nuevas, si es que aún no se había dado usted cuenta.