Con frecuencia me pregunto qué es lo que estamos haciendo para que Ávila permanezca, para que esa forma de vida, ese paraje natural en el que hemos crecido y vivido permanezca, para que todos los afectos que nos han hecho ser lo que somos, puedan ser una fuente de la que beban muchas más generaciones de abulenses. Me dan ganas de preguntar ¿qué es lo que has hecho tú para que Ávila sigua siendo eterna? ¿qué es lo que he hecho yo?
Saco siempre de la ecuación a los que se quejan a todas horas, al desayuno, al aperitivo, en el paseo por el Grande o por el Rastro, en la merienda, en las tapas, en las cenas o en las copas, a los que siempre ven Ávila medio vacía y no medio llena. Son parte también de lo que somos, pero desde luego no quieren arrimar el hombro, no sea que se descubra que su queja es una forma de no hacer cosas, y así con un mal humor permanente, nadie se atreva a preguntarles ¿tú qué haces por Ávila?
No abogo porque Ávila no cambie, al contrario. Comparada con el Ávila de los 90 que con la excepción de la desaparición de Caja Ávila que tiene nombre y apellidos como los del traidor Dolfos, Ávila ha cambiado para bien, aunque el cambio de escala de la globalización que ha afectado a todo el mundo parece haber ralentizado el proceso, un proceso del que con las pocas excepciones de Madrid o Málaga todos parecen estar contaminados. Contar con una Universidad propia como la Católica, o las propias de Salamanca, con la excepción de lo que hicieron al Hospital de Nuestra Señora de Sonsoles, es una seña que apunta a la eternidad. Contar con blasones que pelean los rieles y compases con los cuarteles, es otra seña de esa eternidad, casi tatuada en nuestro carácter. Conocer la razón por la cúal el Emperador Napoleón decide darse una vuelta por Ávila pese a ser un eficiente estrega militar, no era para dejar embarazada a nadie, como pasó, en la Aldea del Rey Niño. No tenía importancia militar ninguna, era más bien esotérica, como nos tienen acostumbrados los grandes personajes de la historia que sí visitan los pueblos con las gafas de la eternidad. Desenterrar a Torquemada y destrozar un sepulcro de un posible rey fue solo un sucedáneo. Saber que en Sonsoles pasan más cosas que las que puede contar un cocodrilo o un navío que es historia de la Armada Invencible, o de la no entrada de columnas en la Guerra Civil, entran en lo eterno de lleno. Que el día de San Ramón no nato no estallen bombas en San Juan que siguen allí escondidas, tenía un propósito que no sabemos si es eterno, pero sí real. Que el Palomarcito esté ahí erigido con una profecía sobre su papel en los últimos tiempos, no deja de ser una llamada a los que piensan que una muralla se erige sin un plan, que ese plan se frustra por el amor al mundo de Raimundo y Urraca, no porque no se empezara en 1090 para acabar en 1099, y se quedara con 9 puertas pero no con las 99 almenas proyectadas. O que la constitución norteamericana cite la Carta del Fuero de los hombres libres de Ávila. La verdad es que la pregunta ya no es lo que hacemos, es si Ávila, de nuevo, se atreve a ser eterna.