"La gran representación", titulábamos en agosto del 2023, va tomando cuerpo; ahora los actores son reconocibles. Entonces, los cómicos devenidos en políticos se situaban frente a los espectadores y con sus ocurrencias, extraídas de la vida misma, hacían reír a unos espectadores pasivos. Este era "El club de la comedia". Ocurre en todo el mundo, en los parlamentos de aquí y allá, ruido y extrañas maneras. Hemos contemplado, incluso, zurrarse en algún parlamento tercermundista; parecía "El club de los violentos".
Todos contra todos. Todos contra Sánchez, los socios del presidente, también, estén dentro o fuera del Gobierno. VOX contra Feijóo y los populares, aunque negocien gobiernos autonómicos. Todos se creen especiales, pero, "ningún hombre es más que otro si no hace más que otro", dijo Don Quijote. Creo que hablan mucho, hacen lo justo y alguno, incluso, grazna. Imposible que negocien, converjan y miren por los ciudadanos: es "El club de la discordia".
Lo insólito le sucedió a Jeffrey Goldberg, periodista y editor de The Atlantic, invitado a participar en un chat donde los actores se posicionaron contra el público, contra la gente, contra el mundo. Asistíamos al "Club de la tragedia", con unas inteligencias acordes a la del líder de la secta. Visto lo visto, ¿alguien duda de que estos no confundan el pulsador del váter con el botón nuclear? Las conversaciones del chat, difundidas gracias a Goldberg, muestran la talla moral, ética e intelectual de los interfectos. Con estos personajes la tragedia está más cerca.
Del club de la tragedia surge "El club del despropósito". Aquellos socios sin medida ni sentido empiezan a repartir contra todos, amenazan a todos: socios, no socios, compañeros de canalladas y a cualquiera que asome las orejas. ¿En qué planeta viven los guionistas de ese club? Parecen terraplanistas cuando conciben operaciones a cada cual más estrambótica y dolorosa para el mundo civilizado. Han implicado a todo el mundo en su desvarío. El público está desconcertado y ellos se mofan de manera inmoral. Es patético ver firmar al señor Trump las órdenes ejecutivas poniendo morro de culito de pollo. Ellos ríen mientras la histeria hace mella entre los espectadores, ahora actores forzados.
Algunos personajes, marionetas, se alinean con los disturbadores, mendigan y esperan recoger alguna migaja de individuos que odian a Europa, como manifestó el vicepresidente de Estados Unidos, J.D. Vance: "solo odio tener que rescatar a Europa una vez más". Este club baila el agua a su enemigo ancestral, Rusia, y ambos acosan a Europa, a la que odian. Putin torea a los americanos que creían tenerlo en el bolsillo. Trump amaga una especie de amenaza, pero ha empoderado al ruso que se ríe. Lamentable. EE. UU. empequeñece y acabará siendo una caja fuerte, una carcasa con el dinero como único contenido, pero nada que ofrecer al mundo.
El tres de abril, "el niño del arancel", anunció la devastación. ¿Sabe que si el mundo se empobrece él no podrá colocar sus productos? Alguien capaz de fundar la "Universidad Trump", como el maestro Ciruela, que no sabía leer y puso escuela, tuvo que pagar, según la BBC, a los exestudiantes 25 millones por fraude.
El 9 de abril el hombre yenka retrocede. No necesita el lumbrera a los 62 premios Nobel de Economía de su país; toma medidas a cual más extravagante, contraviniendo los derechos humanos, el orden y los acuerdos internacionales. Exonera del arancel a Corea del Norte, Cuba, Bielorrusia y Rusia; ya no necesita la "Voz de América", fundada hace ochenta años, para inundar de propaganda a los enemigos de la democracia. Elon Musk, el recortador, la considera un gasto innecesario; parece que él también será amortizado en breve.
Muerta la economía y la ética, arremeten contra otro pilar fundamental de la democracia: el conocimiento, la educación. Todo lo que huela a libro, cultura o educación corre el destino anunciado en la novela de Ray Bradbury, "Fahrenheit 451", la temperatura a la que arden los libros. La novela, una distopía de la sociedad estadounidense del futuro, 72 años después es una realidad. Paralelamente asistimos a otra distopía, "Rebelión en la granja", de Orwell, que denunciaba el sistema estalinista que ahora resucita el sátrapa Putin. Los gánsteres trumpistas y putinistas caminan de la mano.
Hideperros, diría don Quijote, ambos, galgos o lebreles, son perros; la pieza es la democracia y sus defensores. Todo el que ansía la paz es un débil, un woke. Trump y Putin quieren despedirse del mundo escribiendo un epitafio negro y explosivo como muestran la incursión criminal y compartida de Ucrania; la protección al carnicero de Gaza; el ansia por Groenlandia, hueso helado pero con chicha debajo, y aranceles urbi et orbi. Reuniones con Israel, con Rusia. Reunión de pastores, Ucrania muerta, Gaza volatilizada y las demás ovejas mirando de reojo.
Europa es el bocado exquisito, como desveló la plana mayor trumpista en ese chat. "El club de la idiotez" suma, cuando incluyeron en la conversación a un periodista. Según esos bravucones es más atractivo el uso de la fuerza que la palabra. El acuerdo, la negociación, la diplomacia son cosa de débiles. Estados Unidos añora el salvaje oeste, donde impere la ley del más fuerte, le gusta la anomia.
Europa tiene cerebro y músculo, experiencia y las cicatrices de su historia. Hoy es el mejor club y sus socios los países más democráticos y civilizados. Traemos de nuevo a don Miguel de Cervantes: "Debiendo ser los historiadores puntuales, verdaderos y nonada apasionados, y que ni el interés ni el miedo, el rancor ni la afición, no les hagan torcer el camino de la verdad, cuya madre es la historia… testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo de por venir" (sic). Nuevos tiempos para quijotes de verdad: "El club de la lucha".