Muy contentos se han mostrado el presidente del PP en Ávila y la portavoz de los populares en el Senado tras aprobar, anteayer jueves en el pleno del Congreso de los Diputados, la salida del lobo del listado de especies protegidas, mediante una enmienda del Partido Popular al proyecto de ley de prevención de las pérdidas de animales y el desperdicio alimentario, que ocasionan los lobos en muchas ganaderías. La norma salió adelante con el apoyo de Vox, Junts y el PNV. Con ella podrá cazarse de nuevo el lobo en las poblaciones al norte del rio Duero. La aprobación no afecta a nuestra provincia, por lo que esa alegría del presidente provincial de los populares no la comparten en absoluto los miles de ganaderos abulenses, que ven como Ávila continuará sufriendo los ataques del lobo, la pérdida de sus reses y el cobro tardío de indemnizaciones hasta que se amplie la medida y también en ella pueda cazarse este animal. ¡Una vez más discriminados!
Si los ganaderos abulenses están preocupados por esta incompleta enmienda más lo estamos los vecinos de nuestra ciudad, al igual que los de otros muchos municipios de la provincia y de buena parte de España, pues continuamos sufriendo las consecuencias de las constantes e intensas lluvias, que están cayendo hace días y aún no sabemos cuándo concluirán. Hacía más de treinta años que la zona sur de la capital abulense se vio anegada por los desbordamientos de los ríos Adaja y Chico, pero sin más efectos que inundaciones en El Soto y campos de alrededor.
En cambio, ahora, treinta años después, la fuerza de la lluvia, a la que se añade el deshielo de la nieve caída en la sierra, nos ofrece unas imágenes casi inéditas en los aledaños de la plaza de toros y el estadio municipal "Adolfo Suárez", así como en algunas de las calles cercanas, como la de Obispo Acuña, en las que el agua ha llegado a sus puertas e inundado algunos de los garajes allí existentes.
Afortunadamente solo están ocasionando daños materiales, ya que, afortunadamente, no hay victimas y sí algún que otro sobresalto como el que pasaron los cerca de doscientos pequeños de Sevilla -vinieron en cuatro autobuses- que estaban realizando actividades en la Casa de Ejercicios, que, las Carmelitas Teresianas de Enrique Ossó, tienen en las inmediaciones de El Soto. Varios de ellos tuvieron que ser evacuados a hombros de esas instalaciones. ¡Todo quedó en un susto!
Quienes no están exentos de más temores por la crecida de los ríos Adaja y Chico son cuantos viven en sus alrededores como consecuencia de haber construido tantos edificios en las riberas de estos. Hace años el Ayuntamiento de la capital realizó un plan parcial de ordenación por el que esos terrenos pasaron de ser rústicos a urbanizables. Ello supuso un buen ingreso económico en las arcas municipales y muchos euros a los propietarios de ellos.
Nadie, entonces, porque son ríos con poca afluencia de agua pensó -ocurre en otros muchos municipios españoles- que, si llega mucha, como ahora, va por sus cauces naturales y produce estragos por desbordamiento.
Nunca pasa nada hasta que pasa.
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Escrito a tiza | Carolina Ares {Maestra}
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Montañas que no cercas
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Prefiero vivir con la amplitud de las montañas al horizonte, guardianas algunos días, amenazantes otros
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Al contrario de lo que cantaba Mecano, yo no quiero vivir en la ciudad (entendiéndose esta por un lugar con más de medio millón de habitantes y un cinturón de poblaciones donde dormir) ni creo que pudiera. Ni los bloques de cemento gris, ni estar rodeado de gente que me mira, pero no me siente, ni las luces de los coches, ni el no poder andar ni respirar. No va conmigo. He tenido la suerte de crecer en una ciudad que me permite inspirar y vivir; no limitarme a trabajar y consumir (de hecho, esto último es cada vez más difícil).
Prefiero vivir con la amplitud de las montañas al horizonte, guardianas algunos días, amenazantes otros, pero siempre bellas, que estar cercada por edificios que se estrechan sobre ti, alejando el cielo y asediando el paisaje natural inexistente. Escojo las calles estrechas y fiables que dan amplitud al pensamiento. Enmarañadas, como ramas de un bosque cálido en el que encontrarte a ti mismo. En las esquinas, la historia se hace presente y real con edificios que hablan de que lo eterno.
Anhelo encontrar el campo a un paso de distancia, salir de casa y sentir esa conexión que te purifica, que llena tus pulmones de aire puro que limpia los pensamientos y los sentimientos. Me ahogaría, literal y metafóricamente, si me viera rodeada de aire gris, ensuciado por el tráfico, por los limitados espacios naturales y por las prisas del día a día.
Me marchitaría lentamente si tuviera que pasar mis días en una localidad a las afueras de una ciudad grande, preparada para producir y consumir, donde las grandes avenidas son vacuas y las escasas áreas verdes privadas. Sin espacios para la comunidad: las necesidades sociales se resuelven a través de negocios que evitan los verdaderos vínculos. Lugares que no están pensados para vivir plenamente, sino para que den la apariencia de que lo tienen todo cuando en realidad no hay nada que resulte esencial.
Sin embargo, veo a los niños jugar en los parques, a la gente encontrarse en la calle, a las vecinas hablar de ventana a ventana o a los tenderos conocer a sus clientes de manera profunda, no como un mero mecanismo de comercio y siento cómo florece en mí el sentimiento de pertenencia, de lugar adecuado. Me encanta que los productos de los comercios sean naturales. Poder comprar pan sabiendo dónde y cómo está hecho y que su consumo repercute beneficiosamente en el empleo de la ciudad. Ir al mercado de los viernes y saber dónde están cultivados los productos que se compran. Por encima de todo, no hay cosa que me produzca mayor placer que me regalen frutas, verduras y huevos de las huertas y fincas de mis amigos.
Qué suerte tenemos de vivir en un lugar tranquilo, lleno de belleza, protegido por las montañas y con el campo en la puerta de casa. De formar parte de una comunidad que permite que desarrolles vínculos fuertes. Y, también sea dicho, que tiene cerca opciones de diversión y cultura, que no están aquí directamente.
El único lastre de lugares donde la calidad de vida es superior, aunque no nos demos cuenta, es que no se invierte en ellos lo suficiente y al final hay carencias importantes en sanidad, transporte y otros servicios básicos. Me pregunto si no será aposta. Para evitar que las ciudades pequeñas y los pueblos grandes lo tengan todo.