Todos los cursos sale el tema de qué superpoder te gustaría tener. Mi respuesta siempre sorprende a los niños: me encantaría saber todos los idiomas del mundo y poder usarlos porque así, además, no tendría problemas para leer lo que quisiera, cómo afortunadamente no lo tengo cuando se trata del inglés. De hecho, he empezado el segundo trimestre leyéndome en este idioma el segundo volumen de una trilogía ambientada en una escuela rural.
El autor es Gervase Phinn, del que podemos leer en castellano Al otro lado del valle, una obra que relata las historias que vivió el autor durante su carrera como inspector educativo en los valles de Yorkshire. El libro es una delicia. Aunque no sea ficción respira el mismo aire de novela feel good que otras memorias en zonas rurales, como Todas las criaturas grandes y pequeñas o Las aventuras de un médico rural en Irlanda y, como estas, tiene un montón de volúmenes para editar, pero mientras el sector salud sigue anotando libros en su cuenta, Ediciones del Viento (que tiene un catálogo precioso, por cierto) por el momento no va a traducir ninguna obra más de Phinn para desgracia de sus lectores.
No es habitual que los docentes nos podamos ver reflejados en la literatura y, cuando ocurre, es de gran ayuda. Ya me ocurrió con el libro del abulense Antonio Pascual Pareja, Invisible Pablo y con El prodigio de las migas de pan de Marga Durá. Ambas obras hablaban de educación y lo mismo ocurre con las de Phinn. En ellas encontramos lo mismo que en nuestro día a día, aunque se sitúe en otro país y hace cuarenta años. Pero las historias en los colegios no cambian tanto y desde luego las cosas importantes permanecen. Un ejemplo: la llegada del primer ordenador al colegio de la historia. El protagonista, un chico joven en su primer año como docente, decide hacerse cargo, pero, como suele pasar, el ordenador no funciona y, como también suele ser habitual, es un alumno quien lo resuelve sin apenas parase un instante a pensarlo. La historia está plagada de interrupciones a las explicaciones, vómitos, mocos, clases tranquilas que el día que peor se portan es el que hay visita…
Las anécdotas son muchas y muy variadas, pero lo que subyace es la realidad a la que nos enfrentamos, pues no deja temas sin tratar. Habla de la belleza y de las cosas buenas de nuestro oficio, pero también de las duras y del sufrimiento que pueden causar. De las alegrías, de lo tierno y entrañable y de las preocupaciones y de cómo a veces trascienden y afectan más de la cuenta pues, al final, estamos con niños. Pero sobre todo te demuestra que por mucho que avance la educación y la tecnología, por más que parezca que nos enfrentemos a un pacto de estado de educación que consistente en empeorarla cada vez que sale una ley nueva, la pasión del docente por su oficio y el interés genuino por los alumnos es lo que marca la diferencia, hace avanzar la educación y que el aprendizaje siga siendo posible a pesar de todas las trabas. Y eso casi es un superpoder. Aunque para descubrirlo haga falta que sigan traduciendo a Gervase Phinn. Por cierto, si pueden, léanle da igual a lo qué se dediquen. Les aseguro un rato entretenido y tierno. Y vivimos en un mundo muy necesitado de ternura.