A lo largo de esta semana muchos escolares y sus familias han participado de una tradición navideña un tanto intensa: la función de Navidad. Al acabar el primer trimestre, justo antes de las vacaciones, algunos centros llevan a cabo este ritual en el que los niños preparan cuidadosamente una actuación de la mano de sus profesores. Es una jornada de nervios, excitación, sudor y mucho, mucho ruido que, en ocasiones, acaba en dolor de cabeza para los adultos. Visto desde fuera puede parecer casi un trámite para conseguir las vacaciones. Pero desde dentro, la realidad es muy distinta.
A mí me encanta la función de Navidad. Disfruto preparándola. Puede que sea porque une diversos elementos que me gustan como la creatividad, la música, la danza y la puesta en escena. La felicidad de los niños. Y la propia Navidad: busco plasmar la magia y los valores de esta época del año en un instante mientras los niños disfrutan y se divierten. He hecho prácticamente de todo: el concierto de año nuevo, el Hallelujah de Leonard Cohen, la cabalgata de reyes, la novena sinfonía de Beethoven, un concierto de Queen, un repaso a todas las actuaciones anteriores del grupo en su último año… y, sí, El burrito sabanero. El objetivo de la función es claro: divertirse mientras muestras la magia a través de la emoción pura.
Y es que eso es lo más bello de la Navidad, sentir la magia más cerca que en ninguna otra época del año, poner a cero el contador recordando la mejor versión de nosotros mismos, la que olvidaremos poco a poco según las luces vayan quedando atrás. Reencontrarse con la gente que nos es querida en un momento de felicidad compartida. Y, sobre todo, ver el brillo de las fiestas reflejado en los ojos de los niños.
Por eso, cuando empiezo a escuchar música navideña para encontrar la opción adecuada para la función, comienzo también a sentir ese hechizo anticipado que será intentar calmar a los niños antes de subirse al escenario. Siento su felicidad mientras voy hilvanando los elementos que habrán de aprenderse. Y aguanto pacientemente la jornada de las funciones sabiendo que el momento en el que están sobre las tablas y son el centro de todas las miradas, percibiendo que están haciendo algo especial que está llegando directamente al corazón de sus familias, la magia de la Navidad se asienta del todo en ellos, ya sin reservas, pues el momento ha llegado.
Puede que la función de Navidad sea una jornada dura para profesores, familias y niños. Pero es también una tradición que nos une como comunidad entorno a los sentimientos más cálidos. Comunidad es una palabra que no se estila mucho estos días, a veces olvidamos nuestra pertenencia a ella y su importancia para nuestro desarrollo personal y social, además de que hay que cuidarla. La función también da el pistoletazo de salida a las inminentes fiestas. Y nos recuerda una vez más lo que es importante de la Navidad.