Fernando Romera

El viento en la lumbre

Fernando Romera


Nocheochentera

08/01/2025

Hace unos días asistí a una fiesta ochentera en la ciudad. Venía un DJ de relumbrón (me quedo con las ganas de escribir pinchadiscos) y teníamos ese día, además, la comida navideña de amigos de toda la vida. Qué mejor sobremesa que el tardeo bailando un poco con la música de la década en la que andábamos por la universidad y aprendiendo de acá y de allá lo que, con los años, sería nuestra experiencia de juventud. A estas fiestas se debe ir con una cierta preparación porque sabes que te vas a encontrar con las comitivas de entonces, los grupos de amigos que, más o menos habrán sobrevivido a la quema y al devenir lógico del tiempo en nuestras cabezas, más canas en unos casos, más calvas en otros. A la mayoría de esas personas la has seguido viendo de forma regular, pero a otra parte la has perdido de vista. Y esa es la que temes como un fantasma de las navidades pasadas de la misma manera que tú te has convertido en un fantasma para ella. "No te había reconocido", te dice alguien. "Has ganado peso; la barba, además…". Sabes que calla otras cosas, como las callas tú también. Es un juego dialéctico que vas aprendiendo con los años; el qué callar y el qué decir en relación con la edad. Aparece, tímidamente, la cuestión de las enfermedades propias y ajenas, que se va asomando a la tertulia con cada vez más frecuencia e inevitabilidad. Pero a pesar de todo, te lanzas a la pista de baile. Recuerdas que en esos años tú no bailabas apenas; te quedabas al borde de la pista, de tertulia imposible con alguien, copa en la mano, en la discoteca de turno. A pesar de todo, sales con tus amigos, tu mujer, los amigos de tus amigos y más gente a la que recuerdas vagamente no sabes de qué. No es que te hagas, por unas horas, la ilusión de que han vuelto aquellos tiempos y de que los otros treinta y muchos años, casi cuarenta, no han hecho mella: lo que tienes en la mano es un refresco y procuras no hacer movimientos bruscos, no sea que la rodilla falle una vez más a pesar de que la música te llama a la quema. A las diez, más o menos, nos fuimos retirando. Se intuían ya los veinteañeros y era de suponer el reguetón. Cada vez el mundo es más el suyo y menos el nuestro y van reclamando su lugar en las cosas. A veces te piden diálogo intergeneracional, por aquello de que la sociedad actual no les representa y de que ellos no votaron no sabe uno qué otras cuestiones. Es posible que no les falte razón: nosotros no reclamamos eso porque nuestros padres tampoco votaron la sociedad que les tocó en suerte. Ni nuestros abuelos, si se me apura. Pero a cada cual le corresponde gestionar su tiempo como puede. No sabe uno si el mundo ya es el suyo, pero la noche sí lo es, así que se tocó retreta y cambiamos de garito. Algunos se cruzaron en la calle con sus hijos que iban amaneciendo a la fiesta, entre sorprendidos y avergonzados por ver a sus padres salir de la discoteca. Es ley de vida; a todos nos pasó. Esa es la razón de que haya que ir a estas fiestas, no sea que parezca que nos batimos en retirada antes de tiempo.  

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