Tenemos en casa un perrillo recogido hace quince años. Estaba, cuando lo encontramos, en una cuneta con las patas rotas y bajo una lluvia abundante. Tuvo que pasar por un par de operaciones y estuvo con una suerte de estructura metálica sosteniendo lo que los huesos no podían. Ha sido y es una perra fiel y buena, aunque le ha quedado un cierto miedo a la gente que desahoga ladrando a quien se acerca demasiado. No escribo esto al comienzo del artículo para crear un clima sentimental a partir de ahora. La perra ya no se acuerda de nada y nosotros hacemos como que tampoco. Vive feliz sus días y no hay que darle más coba al asunto. Sale cada mañana al parque que tenemos frente a casa, un parque céntrico, olvidado de las autoridades, en el que los vecinos tratamos de pasear a nuestras mascotas y de dejar todo lo más limpio que podemos. Por las noches llegan algunos muchachos y no tan muchachos que sueltan sobre los bancos las latas de cervezas y las cajas de pizza, algún residuo de cigarro y otras basuras que, a media mañana recogen puntualmente los servicios de limpieza. A veces se complica la cosa, porque hay un herbazal donde debía de haber paseo y, donde debía de haber césped, no hay nada. Los setos se han ido perdiendo sin que nadie los reponga y la gente entra en los parterres a que los animales hagan sus cosas que, en ocasiones, se quedan como testigos de una digestión pasada hace ya días. Has de cuidar que no se asomen al terraplén que se hizo en su momento para crear el nivel del parque y que no tiene protección alguna, así que parece más un acantilado a la calle San Pedro del Barco que el final de un jardín, por lo que ves no pocos dueños que impiden a sus perros acercarse, no sea que, del tirón, vayan perro y amo a las profundidades del abismo. Ahora el Ayuntamiento quiere prohibir, según he leído, que los perros accedan a los parques. Desconozco el motivo. Supongo que les mueve un interés de limpieza y salubridad o un deseo de belleza natural, forjado con las arboledas, los setos de boj, evónimo y aligustre; el césped que alfombra las tardes de abril con sus margaritas que se abren y se cierran según sale el sol o se pone. Por no hablar de los jilgueros, carboneros, mirlos, grajillas y el mínimo autillo que estará a punto de llegar, puntual, como cada año. Sobre esta cosa de los jardines ha oído uno dos noticias recientes: que se va a invertir un pastizal en algunas zonas de la ciudad y que no van a dejar entrar a perros en los parques. De lo primero, parece ser que van a quedar olvidados, una vez más, los jardines históricos de la ciudad. Sobre el paso de los perros a los parques, el otro día entré en una de las tiendas de don Amancio Ortega y allí estábamos unos cuantos, entre abrigos, zapatos y camisas, dando una vueltecita y todo estaba lustroso, bienoliente y pulcro. Se ve que la culpa de cómo están las cosas no es de los dueños ni de los perros cuando te encuentras el lugar cuidado y adecentado. A lo mejor hay que sustituir los jardines por tiendas. Aunque por aquí, ni unos ni otras.