Álvaro Mateos

El Valtravieso

Álvaro Mateos


Turismo de experiencias, viajar en autobús

19/03/2025

Es la última tendencia, el turista del siglo XXI quiere vendimiar -aunque solo un rato sin deslomarse- y ver una bodega; pintar una acuarela y ver una galería; ordeñar una vaca y beber leche fresca; hornear el pan y visitar una tahona y, por supuesto, redondear yemas de Santa Teresa, tendencia abulense por excelencia. Todas estas apuestas me parecen un acierto y, si funcionan y repercuten para bien en la economía de la zona, pues mejor que mejor. En Ávila tenemos para dar y tomar, nunca mejor dicho, porque generalmente la gastronomía suele ser la gran aliada de este tipo de turismo, acompañando una jornada de parapente, un trail o una buena marcha de ciclismo de montaña.
Sin embargo, hoy me voy a detener, aunque poco, más bien de pasada y con el tiempo justo para tomar las fotos que deseen, en el turismo que, desde Madrid como punto de origen y final, es capaz (mejor dicho incapaz) de visitar tres ciudades patrimonio como son Toledo, Ávila y Segovia en apenas doce horas. El precio se sitúa en torno a los 100 euros y la comida corre a cuenta del viajero, pero veamos en qué consiste.
La quedada en Ventas a las 7:45, que con la M30 ya están los autobuses enfilados y comienza la carrera. A eso de las 9:15 llegaríamos a Toledo, nos dan una vuelta por el Valle para llegar a la vista panorámica y detenernos diez minutos, vamos hacia las dársenas y subimos las escaleras mecánicas del Miradero, para después desfilar (hay que comenzar con ritmo de cadete) por Zocodover, contemplar el Alcázar desde el exterior, recorrer la calle Comercio y detenerse en la Catedral -una visita en condiciones, con el interior no puede durar menos de una hora, … pero estamos de récord- así que seguimos hasta San Juan de los Reyes, viendo desde fuera las sinagogas y llegamos a la explanada de Venta de Aires, donde nos espera el autobús, para dirigirse a una superficie comercial donde pueden adentrarse estos vehículos, comprar damasquinado, una espada y mazapán, todo junto.
Son las 12:00 y enfilamos la A-42 para circunvalar Madrid y a las 13:45 plantarnos en Segovia, que hemos hecho hambre y hay que comerse un cochinillo, con ritual del plato y esas cosas. Este almuerzo ha corrido de nuestra cuenta y, además, nos dejan tiempo libre para hacer algunas compras. Vemos el Acueducto, la Catedral desde fuera y nos adentramos en el Alcázar -cuyas entradas sí están incluidas en el precio total-. Parece que hemos tomado el ritmo de Pedro Delgado, porque son las 17:45 horas y estamos en condiciones de iniciar la siguiente etapa, que nos llevará hasta Ávila.
Estamos en el mirador de los Cuatro Postes a las 18:50, tenemos diez minutos para disfrutar de la panorámica y tomar unas cuantas fotografías. Nos llevan hasta el Centro de Recepción de Turistas y comienza la ruta por San Vicente -el exterior, claro está- vamos al Mercado Grande, calle de la Cruz Vieja, exterior de la Catedral, Mercado Chico y el Convento de la Santa. Así, casi sin darnos cuenta, nos han dado las 20:30 y compramos un bocadillo rápido para cenar algo antes de subirnos al autobús, que nos devolverá a Madrid a las 22:00. 
No sé cómo se habrán quedado, pero solo contarlo me ha resultado cansado. Ahora bien: ¿Merece la pena? ¿De verdad hemos conocido estas tres ciudades, en las que para adentrarnos a fondo deberíamos haber invertido dos o tres días en cada una de ellas? Y bien, ¿qué piensan el Ayuntamiento, el comercio y la hostelería abulense? Porque, en esta modalidad -y son muchos los que la eligen- Ávila queda para las sobras, las migajas. El turista llega a la ciudad cansado y sin presupuesto, apenas sin ganas de conocerla. Si la primera sensación ha sido negativa, ¿le quedarán ganas de regresar? 
Ahí quedan unas cuantas preguntas, imagino que a quien corresponda tome nota. Cada vez que veo estos autobuses, serigrafiados con la Muralla, el Acueducto y el Alcázar pienso lo mismo: deben ser muy cómodos y deparar algún secreto para que el turismo de sensaciones y experiencias se decante por ¡viajar en autobús! Phileas Fogg, a este ritmo, invertiría 30 días en dar la vuelta al mundo, desbancando a Forrest Gump. ¡Qué agotamiento, Jenny!