Hace apenas dos semanas, se viralizó –mal empezamos– una Carta al Director de una lectora que se mostraba sorprendida del tiempo que había permanecido un solo día atenta a su teléfono móvil: un total de 4 horas y 24 minutos. Su reflexión llevaba a la cantidad de cosas que había dejado sin hacer en vez de perder, malgastar y tirar ese tiempo, el cual no era consciente de haber estado invirtiendo en el visualizado automático de videos y otros contenidos, fenómeno conocido como scroll. Antes, cuando no existían los móviles ni internet –se lamentaba- «esas horas se llenaban de vida; las horas no se evaporaban, se usaban».
Mejor voy a quedarme con la anécdota de la lectora y no les voy a confesar lo que me indica mi teléfono móvil todos los domingos, al realizar la media de las horas que me conecto cada día. Sinceramente, mal podremos aconsejar a nuestros hijos ante un drama que se les viene encima como no pongamos remedio los que no ni siquiera nacimos en una era digital, pero nos hemos convertido en víctimas del selfie, el whatsapp, del video rápido a los medios sociales en general y de la nota de voz.
Hay dos fenómenos editoriales –sí, libros impresos en papel, que se arrugan, huelen y se pueden subrayar– de Eloy Moreno, surgidos a partir de varias realidades recientes, que todos tenemos cerca, como son Invisible y Redes. Al mismo tiempo que la reflexión que apuntaba al comienzo, son dos relatos imprescindibles para comprender dónde estamos llegando en los colegios e institutos, con nuestros hijos en los grupos de amigos o encerrados en sus habitaciones, y los peligros a los que pueden conducir los teléfonos móviles y todos los elementos de conexión digital si no ponemos control.
Moreno presenta la situación del acoso escolar desde varios puntos de vista, con un niño que cree tener el poder de ser invisible, que verdaderamente se enfrenta a la vida desde el mundo paralelo del sentirse apartado, maltratado, acosado y luego completa con lo que pueden suponer los medios sociales en adolescentes. Sin hipérbole alguna, el control de los grandes magnates sobre conductas, hábitos y modas; o los papás y jóvenes que todo lo graban, todo lo comparten en Instagram, viven la experiencia online y llegan a todas las plataformas: nos vemos atrapados en ese entorno que hemos creado entre todos y aceptamos.
Desde las ridículas modas que nos imponen a golpe de reel, o el peligroso juego de las suplantaciones de identidad, con el envío de información, fotografías subidas de tono, o el acceso al porno desde los 8 años de edad. Nos encontramos ante un monstruo que ha crecido demasiado, rápidamente y lo que es peor: entre todos hemos alimentado.
Que estamos perfectamente dirigidos, que somos borregos que siguen patrones cual Gran Hermano orwelliano, no ha de extrañarnos, máxime cuando quien ganó las primeras elecciones presidenciales de EEUU a golpe de tuit tiene a su lado a uno de los responsables de la comunicación del siglo XXI, el nuevo Hearst o Murdock al servicio del poder. Esa es la verdad camuflada de los algoritmos, la manipulación descarada de quienes no quieren que pensemos y nos dan todo mascado.
De todas formas, estábamos advertidos y nos hemos encontrado inmersos en lo que ya anticiparon Sartori con su Homo Videns, Umberto Eco definiendo a los apocalípticos, o el navero-colombiano Jesús Martín Barbero, anticipando la inteligencia artificial y definiendo las nuevas redes como generadoras de soledad que profundamente acompaña a los adolescentes en internet, a partir de otros modos de estar juntos.
Así, quiero pasar de los apocalípticos a los integrados, recordando a McLuhan, y pensar que todo en su justa medida, en su uso más razonado e inteligente, ha de llevarnos a multiplicar el conocimiento, a demandar información de calidad y a aprender a distinguir entre líderes de opinión y embaucadores.
Mi generación y unas cuantas que vienen detrás y somos padres ya formamos parte de una transición hacia los niños y adolescentes que se impondrán ante esta realidad, que controlarán, dominarán y emplearán en sus profesiones, se servirán de ella para enseñar, realizar proyectos y presentaciones; intervendrán quirúrgicamente, diseñarán casas, puentes y presas; transmitirán en directo con un soporte completo de información, … Es el presente que camina hacia un futuro que debemos despejar de incógnitas y peligros, abriéndonos al cambio que ya está entre nosotros. Démosles la oportunidad: merecerá la pena.