El Estado somos todos los ciudadanos. ¿Es una afirmación de Perogrullo, aquel personaje autor de verdades obvias, y simples que, por conocidas, no necesitan demostración?: tal vez.
A Fraga "le cabía el Estado en la cabeza" según decía, al parecer, él mismo; Luis XIV de Francia afirmó ante el Parlamento de París: "El Estado soy yo"; Stalin se apoderó del Estado, impuso un régimen totalitario cuya consolidación costó millones de muertos, e implantó el culto a "su personalidad". Hoy, alguno pretende reducir el Estado a la nimiedad, como es el caso del argentino Milei. Durante la historia de la humanidad el objetivo ha sido controlarlo, y si no podían, reducirlo a la irrelevancia, o al fracaso, de ahí los Estados fallidos.
El asunto está en cómo se gestiona y, por tanto, cómo afecta a nuestras vidas. De cualquier manera, los ciudadanos somos los paganos de la fiesta. Los administradores, los políticos todos, digan lo que digan, quieren manejarlo, a veces ilegítimamente.
Más allá de ideologías de izquierdas y derechas, lo que se está debatiendo es su organización. La Democracia es el sistema que impide a tanto abanto y avispado hacerse con la gestión y apoderarse de lo que no le pertenece. Se convierte así en el primer objetivo de ciertos políticos, de ahí ese afán por cargársela, aunque se lleven al Estado por delante.
No son tiempos propicios, sin democracia vamos al absolutismo, la dictadura y el terror. Rusia y China propician el fracaso allá donde llegan, como en África, allí abundan los Estados fallidos. Los europeos, poniendo pies en polvorosa, dejaron a los colonizados compuestos, sin novio y abandonados a su suerte. La geopolítica manda.
Se escribe estos días sobre cartografía, territorios, fronteras y culturas, cada cual desde la perspectiva que le interesa, pero es claro: ni Estado al estilo soviético, ruso, o chino, ignorantes de los derechos humanos; ni el pretendido por Milei, en Argentina, raquítico e insignificante. ¿El mandatario argentino desconoce el papel del Estado y la defensa de derechos?, o ¿sus intereses van en otra dirección?
Los poderosos, privilegiados y plutócratas implantarían sus normas, pero miran de reojo a la Unión Europea, mal ejemplo para los ambiciosos planes de los sátrapas modernos, como Putin. La Unión, bandera y claro exponente de desarrollo y progreso, les provoca animadversión, por eso, Europa es incómoda en esta guerra de bloques. No solo se la espolea desde fuera, también apoyan en su seno a elementos cuya única misión es desmenuzarla, dividirla en componentes menores y fáciles de manejar. La insolidaridad de grupos extremistas y nacionalistas podría destruir no la Unión y su sistema de vida, sino la propia democracia. No, no es conspiranoia, el mapa político tras las últimas elecciones es la evidencia.
Parece que las ideologías viven hoy en un mar de confusión; mezclan retazos de aquí y allá, lo llaman transversalidad, para ofrecer a los electores programas simples, coloridos y atractivos, esa es la batalla. ¿Olvidan fondo y contenido?
¿Qué Estado queremos tener? No me refiero a la dimensión geográfica sino a la magnitud ética: derechos, obligaciones, instituciones equilibradas, en suma lo que conocemos como estado de bienestar, esa es la medida y el tamaño. La democracia es el camino y fundamento para que los ciudadanos se sientan libres a la vez que protegidos.
Ha de legislarse para una redistribución justa y real de la riqueza y eliminar, de verdad, brechas económicas y, por tanto, sociales. Si los ricos son cada vez más ricos, los pobres más pobres y las clases medias sufren y entran en decadencia, la destrucción del Estado y la democracia es cuestión de tiempo. Quiero traer aquí el lema de la República francesa: libertad, igualdad y fraternidad, aunque no es tiempo de lírica. Sin un Estado bien organizado, donde el Gobierno sea un poder político elegido por el pueblo, y su base organizativa esté bien diferenciada en la división de poderes, el futuro es incierto.
¿Y en el suelo patrio? A ver si los políticos trabajan para los españoles, todos, no para unos pocos privilegiados. Hay una guía clara y explicita, no hace falta que los electos anden con firuletes. La Constitución española es esa guía que recoge todos los anhelos ciudadanos. A algunos no acaba de gustar, pues no les cabe la democracia en sus sentimientos ni en la mollera; también muchos ciudadanos desconocemos la riqueza que contiene, o no prestamos atención suficiente. La Carta Magna solo hay que ponerla en práctica.
Artículos recomendados para aspirantes a sátrapas y antidemócratas: El artículo 1º de la Constitución: La soberanía reside en el pueblo. Para algunas instituciones que pretenden funcionar de manera autónoma les recordamos el 117: La justicia emana del pueblo y se administra por Jueces y Magistrados…, Estado de derecho sí, pero emana del pueblo. Para esos otros políticos que enredan y se enredan en normas y demás, lean el 35: Derecho al trabajo. El 47: derecho a una vivienda digna, asunto ahora clave en la Unión Europea. La libertad de expresión, artículo 20… y buscando transparencia, Reglamento del Parlamento Europeo (2024/1083).
Para quienes menosprecian los derechos humanos, especial recomendación: ¿Desconocen que el artículo 10.2 asume la Declaración Universal de Derechos Humanos? Señores políticos: lean lo que han prometido, siéntense en el escaño, y trabajen.
Tal vez el exceso de normativa convierte lo simple en complejo. Tal vez el Estado se atiborre de personajes que ocupan plaza y nada hacen, tal vez nombrados a dedo por compromiso y sin funciones.
Pero ojo: Cuidado con aquellos otros que critican el exceso de funcionarios, pretendiendo minimizar el funcionariado y los empleados públicos y, por tanto, el estado de bienestar.
Faltan médicos, maestros, cuidadores, jueces, inspectores... Quizá el exceso esté en quienes administran y gerencian desde el sillón de mando.