Ante un nuevo Día de Castilla y León, con el recuerdo de Villalar y desde la ciudad castellana comunera por excelencia, que es Toledo, donde había nacido Juan de Padilla y se iniciaba la rebeldía, felicito a todos los castellanos y leoneses en esta fiesta que no está interiorizada en toda su dimensión. Fue en Ávila, posteriormente donde los comuneros se constituyeron en Junta, con ansias liberales que reivindicaban los primeros derechos.
Ya nos lo advertía Sánchez Albornoz, y precisamente hoy, después de escuchar argumentos nacionalistas e independentistas tan de moda, hay que clamar por nuestras raíces.
Parecerá algo nuevo, pero hace exactamente 83 años, la prensa abulense local se lamentaba al ver cómo «Castilla se despuebla lentamente, con pueblos que desaparecen enteros. Castilla se muere poco a poco, sin que siquiera se perciba el estertor de su agonía». Se llamaba entonces a que la conciencia castellana despertase, viendo cómo otras regiones que mostraban «deseos de afirmar su personalidad» iban contando con estatutos.
Los primeros pasos de un estatuto castellano y leonés fueron unidos a la Literatura, a los juegos florales y ateneos y al mito de Castilla, símbolo de la regeneración de España forjado por Unamuno, Azorín, Machado y Menéndez Pidal. El propio Ortega, en su España Invertebrada, dice que Castilla sabía mandarse a sí misma desde un principio.
Con el problema creado por el nacionalismo catalán, Castilla afirmaba la nación española desde el ánimo de un «nacionalismo sano», entendiendo la descentralización de municipios y provincias.
Con arranque en 1919 y un impulso en 1932, se preveía la fórmula del Estatuto de Castilla y León que se vio frenado en 1936 y no llegaría hasta 1983, con el lamentable paréntesis de la Guerra Civil. Esta situación, y al no tener estatuto durante la Segunda República, impidió considerar a la región como una nacionalidad histórica, circunstancia solo lograda por País Vasco, Cataluña y Galicia, mientras que Andalucía, Aragón, Comunidad Valenciana e Islas Baleares se denominaron también como tal, sin conseguir estatuto.
Llama la atención cómo en España llevamos más de un siglo reconociendo comunidades, regiones e identidades con los mismos argumentos, pegándonos por los privilegios y las señas de identidad.
Sin embargo, algo nos hizo cambiar posiciones y estrechar lazos. A partir de 1978, con la Constitución Española, se plasman en papel una serie de derechos y libertades con las que soñarían aquellos comuneros casi 500 años antes. Era la Constitución de Ávila un texto preliberal que abría horizontes y terminó costando la vida de aquellos que anhelaron libertad, en una serie de batallas que les condujo a la derrota y ahora nos llevan a celebrar la fiesta.
También hace 500 años se habló de nación española, concepto siempre unido al de Castilla, al del viejo sentimiento de ciudades que celebraron Cortes y pretendían limitar abusos de la Corona. Hoy, 23 de abril, es momento de seguir reivindicando aquel espíritu despierto, que forjó a una tierra valiente que quiere seguir clamando libertades y sabe ejercer sus competencias. ¡Felicidades, paisanos!