La semana pasada se celebró la Feria Internacional de Turismo de Interior (INTUR) –respaldada por la Junta de Castilla y León– donde Ávila viene acudiendo edición tras edición a presentar su oferta. Al mismo tiempo el alcalde de la ciudad se desplazaba a Noruega y Suecia dentro del viaje promocional organizado por el grupo de Ciudades Patrimonio. La provincia y la Capital presentaban por separado sus propuestas para atraer a un turista que en ambos casos ha disminuido su presencia en este destino.
Los visitantes a la ciudad amurallada presentan buenas noticias interanuales, que no lo son tanto si se echa una vista atrás, pues aún no se superan los datos prepandemia. Los datos oficiales en cuanto a viajeres y estancias en el turismo rural presentan una tendencia a la baja, si bien Ávila se mantiene en los rankings bien posicionada. Las estadísticas muestran que es el turista nacional el que mantiene el primer sector de actividad económica muy por encima del turista extranjero. Las cosas están bastante claras y es que el déficit de visitantes y pernoctaciones se debe al turismo nacional.
Hacer que el destino sea atrayente tanto a turistas nacionales como extranjeros requiere de un ambicioso plan que año tras año es inexistente. Más de lo mismo. En unos casos por falta de verdadero impulso político, en otros por algo muy particular de Ávila, como es hacer la guerra por su cuenta –operadores públicos o privados–, hace que los resultados pudiendo ser mejores se queden en solo corrientes.
Mientras la Diputación Provincial –con su presidente a la cabeza– apostaba por la ornitología (PIO), la astrología (Stellarium in proiectus) y el propio turismo rural –naturaleza y gastronomía–, el Ayuntamiento de Ávila apostaba muy timoratamente por presentar a la Ciudad Patrimonio de la Humanidad como destino ideal de invierno y de Navidad. Propuestas las provinciales más imaginativas y novedosas, las de la capital, además de escasamente trabajadas, nada diferenciadoras de otros destinos similares más potentes en ambos escenarios.
Vender invierno sería una gran opción si la ciudad tuviera equipamientos apropiados –pistas de nieve cubiertas o exteriores–, pues pretender vender solo temperaturas bajo cero, que ya no son tales, no es muy contundente para atraer viajeros. La Navidad tal y como está diseñada no es ni mucho menos distintiva tampoco. Una raquítica pista de hielo durante dos semanas y unos cutres carruseles de feria dan una imagen pobre para quien crea que la Navidad en Ávila está llamada a ser reclamo turístico. De los anunciados mercadillos, las comparaciones pueden ser odiosas, lo que impone un clamoroso silencio.
Al margen, más o menos dudoso, de que los viajes del grupo Ciudades Patrimonio supongan un rendimiento efectivo para todos sus destinos, considero que en esta ocasión el alcalde de Ávila (pocos regidores acudieron) podía –quizás debería- haber prescindido de acudir in persona a visitar ciudades nórdicas plenamente invernales. La conveniencia del viaje en la actual situación política del Ayuntamiento de Ávila –encrucijada disyuntiva– y en plena batalla política nacional hacen que su ausencia sirva como excusa de una huida silenciosa. Los datos oficiales reflejan que tanto noruegos (1,25 mill.) como suecos (1,4 mill.) visitan España por ocio y vacaciones (usan alojamiento en viviendas propias), siendo Andalucía, Canarias y Valencias sus destinos predominantes. Salvo salmón poco más va a pescar el primer edil.