Es tiempo al aire libre y mayo da inicio al tiempo de terrazas hasta que vuelva el invierno, aunque no tendría por qué ser así –el cambio climático es una oportunidad– si hubiera óptimas terrazas cerradas calefactadas o con mantas. Esa zona exterior de un bar, café o restaurante que no es más que la extensión utilizable del propio establecimiento ha venido proliferando desde hace muchos años, si bien la pandemia supuso un punto de inflexión en su expansión. Entre la barra y la terraza siempre optaré por la primera, pero la realidad se impone y las terrazas –socializan– que han salvado negocios (el precio de la consumición es superior al interior) son un reclamo, pero nunca se han planteado como una extraordinaria imagen de la ciudad y de la sociedad que aquí vive.
Por lo general y salvo muy honrosas excepciones, las terrazas que se pueden disfrutar en Ávila son bastante cutres. Les falta calidad y calidez. Tanta culpa de ello tiene un sector que gasta lo mínimo (suelen usar el préstamo de mesas, sillas y sombrillas que les hacen marcas y distribuidores), como el propio Ayuntamiento en cuanto a las exigencias de diseño, decoración, etc. Para gustos están los colores, pero el buen gusto siempre se reconoce y en la capital abulense se ha instalado una extraña paletería impropia de una capital de provincia con título de Ciudad Patrimonio. En la ciudad vieja no se permite publicidad, ni mesas ni sillas de plástico, ni de resina, ni PVC. Dense un paseo.
Quien hoy lea esta columna puede pensar que es una lucha contra las terrazas y por ende contra la ciudad. Se equivoca. Ávila es una ciudad eminentemente terciarizada y vinculada a un turismo que sustenta la economía local. Las terrazas –no confundir con chiringuitos de playa– deben ser usadas en todo su potencial para regenerar la ciudad, sorprender y cautivar a más consumidores y mejorar la cuenta de resultados de un sector eminentemente lobista y en múltiples ocasiones ajeno a un superior desarrollo de la ciudad. Actualmente muchas localidades apuestan por las terrazas más como elemento decorativo que como obligación de servicio a un cliente que "terraceando" sabe elegir, exigir y diferenciar.