Aprender de leer es uno de los procesos más complicados a los que nos enfrentamos a lo largo de nuestra vida. Leer no solo implica identificar símbolos, también hay que comprenderlos. Para poder llevar a cabo este aprendizaje es fundamental estar listos. La adquisición de la lectura supone la integración de procesos lingüísticos y visuales, así como el empleo de mecanismos de asociación con representaciones previamente instaladas en el cerebro. En un primer momento el ojo capta la imagen visual y, a través de un neurotransmisor pasa a cerebro, que desentraña el signo escrito y lo dota de significado. Leer consiste en un complejo conjunto de procesos cognitivos.
El nivel de maduración neurológica, que no todos alcanzamos a la vez, determina cuándo se aprende a leer. Esta madurez es la capacidad de creación de la mielina, una capa aislante alrededor del nervio, que favorece que los impulsos nerviosos ganen en velocidad y se produzca una mayor sincronización en las neuronas para llevar a cabo el proceso de comunicación de mensajes. También se requieren una serie de capacidades y habilidades como transformar el grafismo en su equivalente sonoro, atribuir significado al grafismo o desarrollar el pensamiento propio. También se debe haber adquirido factores como la agudeza y discriminación visual y auditiva; la habilidad fonoarticulatoria, conocimiento del esquema corporal o la localización y la orientación espacial y temporal. Por no hablar de lo fundamental que es el desarrollo de la motricidad fina y la coordinación visomotriz. Si falla cualquiera de ellos, puede retrasarse el proceso. Muchas veces no nos paramos a pensar todo lo que implica aprender a leer y a escribir, pero son procesos mentales complejos y con la adquisición de los mismos alcanzamos una serie de funciones mentales que nos acompañaran toda la vida.
El aprendizaje de la lectoescritura es distinto en cada uno ya que depende del estado del desarrollo neurológico por un lado, pero también de la adquisición de las destrezas. El momento más habitual suele ser en torno a los cinco o seis años, pero hay niños en que aparece antes y en otros después. Un adelanto o retraso en este proceso no tiene porque tener relevancia a nivel cognitivo. O dicho de otra manera, que aparezca antes no tiene porque significar que el niño tenga altas capacidades y que aparezca después no tiene porque significar dificultades, aunque en ambos casos se pueda dar la situación. Por todo ello, el aprendizaje de la lectoescritura tiene que tener siempre muy presente el desarrollo del niño. El problema es que desde que los alumnos pasan a primaria, el sistema educativo está basado en que sepan leer sin respetar estos plazos. Pero los docentes no desesperamos: puede que algún día los planes educativos tengan en cuenta realmente en las cosas que son importantes. Mientras tanto, seguiremos trabajando para solventar tantas carencias como sea posible.