El 24 de octubre de 1984 escribía mi primer artículo en La Solana, sección que estrené al hacerme cargo de la dirección de este periódico. Hoy vuelvo a recuperar este rincón en el que, con 40 años más a mis espaldas, intentaré exponer mis reflexiones sobre asuntos más o menos importantes. Cada 15 días, me asomaré a esta ventana, con permiso del director y de los lectores.
El tiempo transcurrido desde la primera Solana hasta hoy me ha enseñado que lo mejor que podemos hacer los seres humanos es no dañarnos unos a otros. Se llama respeto a quien no piensa como yo. Si queremos ser felices, debemos esforzarnos en cumplir este principio básico de convivencia en paz. Claro que con frecuencia esto supone sacrificios y renuncias. Porque somos muy dados, todos, a considerarnos dueños de la verdad y a demonizar a quien no comparte nuestros criterios.
Nuestra sociedad, me refiero a la española, está hoy bastante encrespada. Lejos de la de aquellos años en que nos esforzábamos, políticos, periodistas, gente de la calle… en poner nuestro granito de arena para convivir sin miedos, sin ira, sin estar pendientes de que la policía (los llamados grises y los secretas, ¿se acuerdan?) llamaran a las puertas de nuestras casas o se personaran en el trabajo para llevarse a alguien por algún asunto político.
Recuperamos una libertad que se nos había hurtado durante decenios y nos convertimos, todo el pueblo, en ejemplo para el mundo. Porque fuimos capaces de pasar de un régimen dictatorial surgido tras una atroz guerra civil, a una sociedad libre y democrática donde no se juzgaba a nadie por sus ideas y su pasado, donde hasta el ciudadano que no sabía leer ni escribir podía acudir a votar para elegir a su representante en el parlamento nacional o en el municipio en el que vivía.
Los dirigentes políticos (también otros, como los religiosos y sociales) supieron guiarnos con su ejemplo, para que no volviéramos a los tiempos pasados de crueles enfrentamientos. De izquierda o de derechas, fueron capaces de sentarse en la misma mesa y exponer sus ideas sin miedo. Todos cedieron porque entendieron que nadie es poseedor absoluto de la verdad, pues cada cual tiene la suya. En el diálogo, en la escucha al otro, en el respeto a quien no está de acuerdo conmigo, está el cimiento de una sociedad con futuro. Y este espíritu que los representantes del pueblo nos dieron caló en la sociedad. El parador de Gredos fue testigo de las arduas negociaciones que alumbraron la Constitución Española más duradera en la historia de este país, vigente ya 46 años, pese a los zarpazos que algunos la sacuden.
Hoy, desgraciadamente, la clase política no está contribuyendo a mantener el sosiego y la convivencia pacífica. Se palpa hasta en las tertulias del bar y en los corrillos de cualquier clase. Me gustaban más los dirigentes de los años setenta del siglo pasado, entre los que destaco a nuestro paisano Adolfo Suárez. También al sevillano Felipe González (en sus inicios políticos conocido por Isidoro). Y muchos más, que no menciono para no alargar la lista, ya que el director me ha marcado el número de caracteres, espacios en blanco incluidos, que no debo sobrepasar. Ellos sí dialogaron, aunque se criticaron. Y llegaron a pactos que fueron buenos para los ciudadanos. Ellos supieron ser políticos que apostaron fuerte para que no volviéramos a vivir las tragedias, cruentas e incruentas, del pasado. Los prefiero a ellos. Porque los de ahora, salvo excepciones, no son capaces de crear concordia entre nosotros, sino que están prendiendo peligrosamente la mecha para que surja el incendio que destruya una de las más bonitas etapas de convivencia ciudadana donde cantábamos: "Libertad, libertad / sin ira, libertad. / Guárdate tu miedo y tu ira / porque hay libertad / sin ira, libertad. / Y si no la hay, sin duda, la habrá."
Hasta el día 3 de enero, si Dios quiere.