Tomo prestado el título de uno de los mejores libros de mi amigo y profesor Jesús Barrena, de quien guardo tantos buenos recuerdos, para abordar una de las noticias de las últimas semanas que no pocos comentarios está suscitando. "Dios te perdone, fray Juan por haberme pintado fea y legañosa", espetó la Santa a fray Juan de la Miseria, para quien había posado en el Carmelo de Sevilla seis años antes de su muerte. Según este retrato y la descripción literaria de la Santa, a cargo de la toledana María de San José, quedó en el imaginario colectivo que nuestra andariega era "de mediana estatura, antes grande que pequeña (…) frente ancha e igual y muy hermosa, cejas de color rubio oscuro; ojos negros, vivos; nariz redonda, apacible entrecejo", y un largo etcétera.
A estas descripciones se unieron las primeras imágenes, como la escultura que se encuentra en la catedral vieja de Salamanca, o alguna de las de Gregorio Fernández, nacido en los últimos años de vida de la mística abulense. Mención aparte merece el Éxtasis, de Bernini, en santa María della Vittoria. Saltando en el tiempo, de todas las interpretaciones que se han hecho, es fácil imaginarse a santa Teresa con el rostro de Concha Velasco, a quien marcó tanto la experiencia de encarnarla que hizo escribir en su epitafio los famosos versos del "Nada te turbe".
Pues bien, cuando estábamos tan tranquilos con nuestra imagen de la Santa, que hasta interiorizamos, como la de Juan Luis Vasallo en el arco del Grande, frente a frente con la Palomilla; la que forma una unidad con la espadaña de la Encarnación, o la más reciente, de Óscar Alvariño frente a su basílica natal, nos vienen con el proceso de reconstrucción de su rostro, a cargo de una científica australiana que, a partir de técnicas forenses, radiografías y, basándose en el retrato de fray Juan y la descripción de la carmelita contemporánea, dicen haber dado con una imagen "armónica, serena y dulce" de nuestra paisana.
Me van a perdonar, que sé que ha causado una gran expectación, como todo lo relacionado con la apertura del sepulcro de Alba de Tormes, la comprobación de que el cuerpo permanece incorrupto, las restauraciones de su hábito, la urna, los relicarios -por cierto, con el cariño y veneración que solo sabe poner Ricardo Plaza, mi amigo Tito-. Pero la imagen de la Santa ya la teníamos: Desde su Castillo Interior, todo cuanto escribió, reformó y avanzó en una sociedad castellana que despreciaba a la mujer. La cara de Teresa son sus Moradas, sus Fundaciones o la Vida. Ahí se retrata perfectamente.
Bienvenido sea el aporte pero, ¿no nos han pintado a Teresa José Luis Martín Descalzo, José María Javierre, Baldomero Jiménez Duque, José Vicente Rodríguez, o Kate O'Brien, empapados del espíritu del Carmelo? ¿No estamos abusando de la utilización hasta el extremo de alguien que nos enseñó a cultivar el alma y apenas concedía una importancia relativa al cuerpo, que descansaría en una porción de tierra en la que darle sepultura?
Teresa fue única, hasta tal punto que se atrevió a llegar al rey Felipe II con sus peticiones, precisamente un monarca obsesionado de manera enfermiza con la religión y las reliquias. Ella misma, al morir, sufrió el despedazamiento de algunas partes de su cuerpo, órganos e incluso piezas dentales. De todos es sabido el abuso y la utilización política del brazo de la Santa, precisamente por alguien que empleó la religión como arma divisoria. Tal vez, por todo esto, deberíamos poner punto y final a tanto sinsentido interesado en torno a una de las grandes mujeres de la historia, cuyos rasgos accesorios no nos van a acercar más a su persona, cuando dejó todo escrito, viviendo en un eterno interrogante, convirtiéndose y entregándose a Dios, despreciando lo terrenal, ansiando lo que podía deparar el encuentro con el Amado, como también escribiría san Juan.
Es cierto que todo lo que envuelve a santa Teresa nos llena a los abulenses allá donde vayamos. En Toledo, ciudad de sus antepasados, su quinta preferida, fui testigo de los trabajos de restauración de dos de sus grandes relicarios. Delante de su urna, vacía, junto a una imagen de la Santa escritora, me preguntaba qué pensaría ella de tanto materialismo entregado a una caja forrada en plata. Lo mismo debió sentir cuando, ante el robo de la mano de su imagen, en Ávila, se trajo una pieza de oro regalada a partir de una cuestación de Enrique de Ossó.
No es que me haya levantado calvinista, pero creo que en este tema se nos ha ido un poco la mano, tal vez, pensando en recuperar o actualizar la figura de la Santa. Afortunadamente, Ávila que toda en sí es una reliquia viva de santa Teresa, se ha mantenido un tanto al margen de esta corriente cuyo epicentro se ha situado en Alba. A ver si, con "determinada determinación", "todo se pasa" y nos quedamos con lo que nos enseñó Teresa: "solo Dios basta".