El domingo acaba el Tour de Francia, pero quiero hablar de otras competiciones más cercanas. Y no me refiero, estimados tres lectores, a las vueltas ciclistas a Ávila o a España, esas que, cuando acaban etapa subiendo la Ronda tan bonitas imágenes dejan. Otras pruebas, más auténticas que tres aburridas semanas con ataques a cinco kilómetros de meta y equipos insultantemente dominadores. Otras donde todo puede —podía— pasar. Sin público, llenas de pasión.
En circuitos trazados de rodillas, del ancho de un par de infantiles manos dibujando rectas, curvas peraltadas o, de cuando en cuando, puertos de montaña en breve apilamiento de arena. Esfuerzos colectivos que no precisaban de diseños sino de la inspiración de cada cual. Pistas que duraban semanas, siempre que no llegase un aguacero, el jardinero o el barrendero de turno; un breve repaso antes de empezar valía para dejarlas como nuevas.
Jugábamos con chapas y tapones de las botellas de la España de nuestra infancia. Cada cual recordará el suyo, mi favorito era el amarillo del brandy 501, suplicaba que me lo guardasen en el bar del pueblo de mis abuelos. Eran bicicletas de plástico o metal, lastradas con cera y con la imagen —recortada de alguna revista o periódico— de ídolos de tele en blanco y negro. Rostros con las gorras del KAS de nuestro Julio Jiménez, el Bic —los bolígrafos— donde corrió Luis Ocaña, el Teka de los inicios de Lejarreta, el Kelme de Belda o, ya al final de mi infancia, un Reynolds que nos traería una nueva edad de oro del ciclismo. Pique por fuera es fuera, arriesgadas trazadas y el pulgar, resorte propulsando la chapa. No primaba la fuerza, sino la habilidad; los gafotas gorditos teníamos por fin un lugar donde poder destacar.
Paseo hoy por calles y jardines y no veo esos trazados sinuosos en la arena. De hecho, cada vez veo menos arena: zonas de cemento, plástico y acero poco compatibles con aquellos juegos infantiles de mi recuerdo. No hay tapones. Con suerte, los niños verán ganar a Poga?ar en el móvil, mientras se preguntan a quién se le ocurrió que se queden pegados a la botella que apuran.