Sonsoles Sánchez-Reyes

A otra luz

Sonsoles Sánchez-Reyes


Ávila en llamas (I)

03/01/2025

En las últimas horas de la tarde del lunes 30 de junio de 1913 por los balcones del número 8 de la calle de San Segundo de Ávila comenzó a brotar una columna de humo que indicaba la existencia de fuego.
En el inmueble se hallaba la farmacia y droguería de Guerras, que habitaba en el principal, ocupando el segundo piso Joaquín Catalán, que llevaba poco residiendo en Ávila y regentaba una casa de huéspedes en la que en ese momento se alojaban 7, mayoritariamente alumnos de la Academia de Intendencia. Los vecinos con toda presteza desalojaron la finca y sacaron de la droguería las materias inflamables.
De inmediato comenzaron a agolparse transeúntes. Las campanas de las iglesias tañeron para alertar del siniestro. A pesar de que en esos momentos iniciales no había viento, la estructura de madera de la casa hizo que en poco tiempo el fuego se propagase con virulencia a las aledañas y desde muchos puntos de la ciudad se percibiera la densa humareda.
Acudieron enseguida el alcalde, Bonifacio de Paz Herrera, los tenientes de alcalde de los cuatro distritos en que se dividía administrativamente la ciudad, Sres. Mulero, Cenalmor, García Sánchez y Muñoz, el gobernador civil interino Sr. Romero, el juez de primera instancia Sr. Usano, así como Policía Gubernativa, Municipal y Guardia Civil.
Circularon varias versiones sobre las causas del fuego, como que en el piso segundo había estallado un bidón de gasolina o que se habían prendido unas virutas en el desván de la casa. Otros hablaban de una colilla mal apagada.
Los inquilinos, presas del pánico, se apresuraban a sacar sus enseres de las viviendas para salvarlos de la destrucción. En la Plaza del Alcázar numerosas personas amontonaban muebles y ropas que custodiaba la Guardia Civil montada. La iglesia de San Pedro estuvo abierta desde que se inició el siniestro, por orden del párroco Sr. Pérez Alfageme, y tanto en el atrio como en el interior fueron depositados también infinidad de objetos. 
A su llegada al lugar de los hechos, quedó patente la deficiente dotación y organización del servicio de incendios de Ávila, no profesional sino compuesto por obreros de la localidad, carentes de formación específica. Consciente de estas limitaciones, el Ayuntamiento había planeado recientemente reestructurar el servicio, convocando precisamente un plazo desde el día del incendio para la presentación de instancias de bombero. Poco podía sospechar que llegaba tarde. Su material de extinción también era muy deficitario, con un sistema de cordones de gran lentitud. Además, en plena sequía veraniega, la carencia de agua en el municipio resultó dramática. Los pozos que se hallaban en los alrededores de la zona que ardía, a los pocos minutos se veían ya agotados. Así ocurrió con uno localizado en la Plaza de la catedral, siendo necesario extraer agua del famoso pozo del interior del templo. 
La indignación pública crecía ante la patente imprevisión de las autoridades. Alumnos de Intendencia, agentes, sacerdotes y ciudadanos en general formaban enormes filas humanas para trasladar incesantemente cubos de agua desde el sitio en que esta conseguía hallarse hasta el foco de las llamas.
Tres bomberos abulenses cayeron desde uno de los tejados; dos sufrieron magulladuras leves, pero el tercero, Pablo Sánchez Segovia, presentó la fractura de una costilla y traumatismos de gravedad. Hubo también algunos vecinos lesionados. A la 1.20 del martes se presentó el nuevo Gobernador civil de Ávila, Rafael Mesa de la Peña, que salió de Madrid con objeto de tomar posesión de su cargo. Adelantó su incorporación por las críticas circunstancias en que se hallaba la población, haciéndose inmediatamente cargo del mando y dictando medidas en colaboración con el alcalde. Ambas autoridades pidieron telefónicamente auxilio urgente al ministro de la Gobernación, Santiago Alba Bonifaz. El primero y segundo parque del servicio de incendios de Madrid, los de los distritos de Congreso y Chamberí, salieron para Ávila en tren especial, provisto del material necesario: bombas de vapor, carros con escalas de salvamento, mangas y troncos de caballos.
A las 5 de la mañana hacían su entrada en nuestra ciudad. Al frente venía el concejal madrileño delegado del área, Rafael de Reynot y Garrigó, hijo adoptivo de Ávila, que tras su actuación dirigiendo la extinción del incendio obtendría del Ministerio de la Gobernación la Gran Cruz de Beneficencia.