Francisco I. Pérez de Pablo

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Francisco I. Pérez de Pablo


Añoro las cajas de ahorro

28/11/2023

Han transcurrido trece años desde que se iniciara el proceso de concentración de las Cajas de Ahorro o más bien de su extinción. Antes de esa fecha estas entidades atendían al 95% de la población con sucursales en las propias localidades de cada provincia. A la crisis financiera originada en 2008 se ha unido el rápido cambio tecnológico. Lo que ha venido después es conocido. En Ávila existieron dos de estas entidades. La Caja Central de Ahorros creada en 1918 y la Caja General de Ahorros, en 1972, si bien fundada en 1878. Ambas se fusionaron en 1985 dando lugar a lo que se conoció como Caja Ávila. Hoy todo ese negocio abulense pertenece, tras varias fusiones y absorciones, a una impersonal dualidad caja-banco que gira bajo nombre comercial que mezcla un vocablo catalán y otro inglés. 
Transcurrido este tiempo y echando la vista atrás al cliente abulense no le ha merecido la pena la pérdida tanto de su Caja (uno de los males que arrastra el desarrollo de la economía doméstica y sus empresas) como de otras. Menos competencia y más concentración –prácticas colusorias– es lo que ofrece un sector bancario que ya no solo vende, ni compra dinero, sino que, de manera alejada a su ser como entidad financiera, ahora en sus webs aparecen escaparates virtuales como un «store» donde un día van a tener de oferta hasta compresas financiadas a doce o dieciséis meses.
De todos es sabido que las antiguas Cajas, por su carácter y configuración, al no poder repartir dividendos, sus beneficios eran invertidos en lo que se denominó obra social, o lo que es lo mismo, revertir los mismos a través de la financiación de proyectos para diversos colectivos más desfavorecidos y que en Ávila sirvió, entre otros, para conservar y mejorar el patrimonio abulense en sus diversas expresiones y manifestaciones. No siendo fácil de obtener datos concretos (en el conjunto de las cajas si en 2008 se destinaron casi 2100 millones, hoy esa cifra no supera los 500 millones) lo cierto es que no es nada arriesgado afirmar que la sociedad civil abulense –cliente potencial– ha perdido una importantísima fuente de recursos ya que la restitución hoy en día es más testimonial que legítima. De los bancos privados menos aún.
Ese concepto de obra social desde la gran banca ha sido demonizado. Se alegó que era un modelo inapropiado o desfasado. Trece años después en Ávila la cultura en sus amplias expresiones ha menguado. Emplear euros en rehabilitar y recuperar el patrimonio, que es mucho, es poco lucrativo; las ONG carecen de un aliado que les de plena seguridad y el deporte en cualquiera de sus disciplinas en vez de crecer, decrece y no parece actividad valiosa en términos financieros. A la abrupta reducción de dinero disponible por las nuevas entidades surgidas de la crisis financiera se une que el centro de decisión, que estaba en el mismo territorio, se sitúa a cientos de kilómetros dirigido por personas con menor vinculación y carentes de sentimiento local propio.  
Todo se resumen en que esa banca de proximidad ha sido sepultada (la mayoría de países de la Unión Europea sigue subsistiendo y no es cuestionado), en favor de un modelo que ha dejado de reflejar los intereses de las entidades fundadoras, de los impositores y de los destinatarios de la obra social. Cooperativas de crédito (pequeño ahorrador y economía real) y el surgimiento de una denominada banca ética están queriendo cubrir el hueco que ha dejado la añoranza de las antiguas cajas de ahorro.