Elton John se sienta frente a un piano en una habitación con un árbol de Navidad y empieza a tocar una de sus canciones más populares. A medida que la melodía avanza retrocedemos en el tiempo y vamos viendo a Elton rejuvenecer: sus looks más locos, conciertos, el estudio de grabación, su adolescencia o su primera audición en publico, hasta que es un niño pequeño que baja una escalera en la mañana de Navidad. Hay un regalo que, claramente, es un piano. Junto a su familia lo desenvuelve y el niño lo mira emocionado. Toca sus teclas y volvemos a ver a Elton en la actualidad, visiblemente emocionado. En la pantalla: «Algunos regalos son más que un simple regalo».
En los últimos tiempos, en España, parece que hemos empezado a entrar en la dinámica de los anuncios emocionales para Navidad, una tradición que en Inglaterra lleva años afianzada. Todo empezó con el, ya mítico anuncio, de los cómicos de Campofrío reunidos entorno a la tumba de Gila, que aún no ha sido superado. Pero desde entonces muchas empresas, grandes almacenes y la lotería de Navidad han entrado en esa competición para ver quién hace el anuncio más entrañable. Más allá de lo que esto supone para el gasto exacerbado navideño, quiero creer que la emoción que nos producen no solo implica que compremos más pavo, turrón o lotería, sino que nos eleva el espíritu por la emoción compartida. Y es que hay anuncios muy emocionantes, que nos hablan de más cosas que del consumismo.
Para mí el más especial está basado en hechos reales y se hizo cien años después de que ocurriera de verdad. Bajo el sonido de explosiones, en pantalla aparece una trinchera y se lee «Nochebuena 1914». Nieva. Un soldado recibe por correo una tableta de chocolate y una foto de su novia. De repente suena una melodía conocida, cantada en alemán: Noche de paz. Los ingleses se unen y dejan de oírse las bombas, solo se oye la canción en los dos idiomas. A la mañana siguiente, el joven que ha recibido el chocolate sale de la trinchera. Tras preparase para el ataque, los alemanes y los ingleses se dan cuenta de lo que pretende y salen, se encuentran, juegan al fútbol y se hacen fotos juntos. Ríen. En la mañana de Navidad, en medio del sin sentido, se unen para disfrutar de la jornada. Son hombres que se parecen mucho y que solo se encuentran ahí porque otros los han querido. Entonces vuelven a oírse disparos y cada uno vuelve a su lugar. De vuelta a la trinchera, dos jóvenes descubren que, un soldado del otro bando, les ha regalado su chocolate de Navidad.
Más allá de su contenido comercial, el mensaje de estos anuncios es claro. Apelan al espíritu que nos llena en esta época del año. Dickens escribió en uno de sus cuentos navideños menos conocidos que si todo el año fuera Navidad, nuestro mundo sería un lugar mejor. A estas alturas, no soy tan ingenua como para pensar que esto podría ser cierto. Pero sí espero que este año, tan difícil, violento y triste, se produzca ese milagro navideño por el cual, por unos días, todos nos sintamos mejores personas y actuemos en consecuencia. Y que este sentimiento nos acompañe todo el año y el mundo empiece a cambiar. Yo, por mi parte, seguiré otra máxima de Dickens: honraré la Navidad en mi corazón y procuraré conservarla durante todo el año. Esto último sí es de Scrooge.