No le fue muy difícil hurtar la cartera al anciano que esperaba turno en la avenida de Madrid, a la puerta del banco de alimentos. La tarde abulense era fría, el abuelo tenía las manos arrebujadas en los sobacos y la cabeza hundida en los pliegues de una ajada bufanda; no notó los dedos que se introducían en el bolsillo de su gastado abrigo.
Desde niño fue consciente de tener una capacidad especial. Con apenas diez años ya sabía que la UCD sacaría cuatro diputados en la provincia, días antes del histórico 15 de junio del 77. Con diecisiete, miraba la todavía intacta fábrica de harinas, sabiéndola pasto de las llamas. Recordaba el 9 de mayo de 1987, cuando avisó a su madre de que al día siguiente el Ávila subiría a Segunda B. Ella lo miró divertida, ante lo que creyó fanática esperanza de aficionado, sin saber que él veía todo en su mente: el 1-3 en Herrera de Pisuerga, qué jugador marcaría cada gol y en qué minuto. La acera de su casa fue de las pocas que tuvieron sal esparcida la Nochevieja de Lola del 98.
Nada podía hacer para cambiar lo que vislumbraba, no le estaba permitido alterar el futuro o impedir que ocurriese. Como once años atrás, cuando amaneció desconsolado, llorando, un par de semanas antes del fatídico accidente de autobús en la N-403. El don no le funcionaba con asuntos ajenos a la capital o provincia. El horizonte temporal variaba; a veces distinguía claramente lo que sucedería solo días después; otras, años. Fue el único de fuera del pueblo en la toma de posesión del joven concejal de Padiernos, en junio del 2011: no quería perderse el comienzo de una inusual carrera política que daría tanto que hablar. A veces, la premonición –aunque mejor no llamarla así; más bien absoluta certeza– surgía corta de preaviso; hace tres años cogió raudo su coche, un sábado de agosto, llegando apenas a divisar desde el desvío de Cepeda al otro vehículo parado en la cuneta mientras las llamas trepaban desde su motor a la sierra.
Metió el décimo de lotería en la cartera y, aprovechando que al anciano le había entrado un ataque de tos, se la volvió a introducir en el bolsillo del abrigo. Después se alejó, revisando su lista: una madre soltera e inmigrante en el barrio de las Batallas, con tres hijos a su cargo; el albergue de Cáritas; la dueña de aquel negocio de toda la vida a punto de cerrarlo, acuciada por internet y las deudas; esos padres primerizos, él despedido hace una semana… Tenía que darse prisa, era 21 de diciembre y se le acumulaba el trabajo. Tras más de doscientos años, por fin este sí caería el Gordo en Ávila. Cinco series, para ser exactos. Que él compró hace ya varios meses, décimo a décimo, sabiendo, sin lugar a dudas, qué hacer con ellos.