Fernando Romera

El viento en la lumbre

Fernando Romera


Las Gordillas

19/06/2024

He visto el convento de las Gordillas desde una terraza cercana. Si te gustan las ruinas, como a los románticos, como a los turistas que se pasean por Grecia recién descendidos de los cruceros, o como a los historiadores que aún piensan en el pasado más lejano sin la prudencia de lo políticamente correcto, toda esa desvencijada colección de piedras ha de tener encanto. Cuando se construyeron los edificios vecinos de San Roque yo tendría unos siete años. Íbamos por allá los primos a jugar porque mi abuelo vivía en lo poco que ya había construido en el paseo y, salvo un techado de algo parecido a mimbre que resguardaba la terraza del bar con nombre inglés que abrió allí mismo, poco más se podía apreciar de modernidad y entretenimiento. Se levantaron los edificios y poco a poco fue desapareciendo de la vista el monumento que terminó custodiado por el Snack Bar, la discoteca Copacabana y el colegio Santa Ana. Mira que había resistido en mitad de aquel seco y ventoso lugar, como tantas otras cosas de la ciudad, que se han ido haciendo al frío y al viento y a la nieve y no ha habido quien los haya vencido. Pues no sé qué le quedará para caerse al claustro de las Gordillas. Lo apuntalaron hace años y ha quedado un exoesqueleto de acero para aguantar lo que le queda, como un andador de esos que tienen asiento para hacer paradas en el camino a morirse. Pero si lo ves desde arriba, como habrían de verlo los ángeles en sus buenos tiempos, ves combarse los arcos, desgranarse las rocas o, como le decía Góngora a Celalba, "altas torres besar sus fundamentos". También, cuando uno era crío, paseaba por las ruinas del convento de los Jerónimos que terminó hecho un parquecillo para que los niños y los vecinos saquen al perro y los chavales pelen la pava. Quedaba un muro que vedaba la vista y aún se intuía una iglesia y un claustro. Ahora hay un dintel, creo recordar, y algo que se parece a los restos de un rosetón clavados en el suelo, junto a las cacas de los perros y la hierba que crece sin cuento. No sé qué será del convento de las Gordillas. Visto lo que suele pasar con estas cosas, imagino que dentro de algunas décadas habrá alguna columna por acá y por allá, algún que otro pórtico señalado en el suelo y algunos arbolillos donde hubo un claustro, como recordatorio de algo que tuvo vida y espíritu. Formará parte de nuestra ciudad de cartón piedra y de los recuerdos de algún artículo y de este periódico. A no ser que alguien se preocupe por ello hoy. Aunque lo dudo.