En Ávila tenemos el Grande y el Chico. Comemos revolconas. Con torreznos. Y el pimentón que haga falta. Sin medias tintas. Las judías, de El Barco, y en cazuela. El chuletón, bien armado, pero sólo para ocasiones especiales. Acero pa' los barcos. La mejor comida, la que nos ponían en ca' la abuela. Las yemas las disfrutan, sobre todo, los turistas; los que tenemos mili ya sabemos que uno triunfa con las pastas de Chuchi Pasteles, o las tartas de Marisol. Los de fuera dicen que hablamos como los madrileños, pero cantando.
Lo que no saben es que cuando nosotros nos quedamos en cueros estamos coretos.
Y es que, hay más abulenses y descendientes de esta provincia en la vecina Comunidad, que en nuestro propio territorio.
Del peaje y la pérdida del AVE llevamos quejándonos una eternidad, para nada, porque el primero dura más que las pilas duracell y encima sube, mientras el tren cada día llega más tarde y con más retrasos, porque por aquí no se invierte. Seguimos con la cantinela de la subsede de El Prado, pero claramente es más un quiero que un puedo.
Un día vino aquí Julio Iglesias. Y Chayanne. En los 90 y los 2000 se pudo ver actuar a Alejandro Sanz, a Mecano, Bosé, Dover, El Canto de El Loco, Extremoduro o Manolo García. En ese ámbito, el de los conciertos, hoy nos pasa por la izquierda cualquier pueblo pequeño de España que usted imagine. Dicen que no hay dinero para esas cosas. Falta interés y algo de apoyo de la iniciativa privada, porque la culpa de todo no es sólo de los políticos. Hemos olvidado que aquí acuñamos el proverbio El que la sigue la consigue. De Santa Teresa presumen hasta los ateos. Pocos saben que Tomás Luis de Victoria, además del cine que iluminó durante décadas no pocos sueños y vocaciones tras el Colegio Diocesano, fue el mayor polifonista europeo del siglo XVI, una especie de The Weeknd de la época. Lo que alguno más conoce tiene aires de leyenda, esa historia de amor a lo Romeo y Julieta, que derivaría en el nombre del castillo de Mironcillo. O de Sotalbo, que ahí también hay disputas. Aunque nos pese.
Si hay que airearse, uno se va a Sonsoles o a El Soto y pega cuatro voces. O a cualquier pueblo del entorno, que hay donde elegir. Porque vivimos en una provincia de catálogo y teleserie, aunque casi no presumamos de ella, o lo hagamos con la boca pequeña.
La mejor manera de encontrarse con alguien de Ávila es darse un paseo por Callao o la Puerta del Sol. Últimamente, también por el Río Shopping. Y si sólo le conoces de vista, te lo quedas mirando fijamente, a modo de saludo.
No nos aclaramos con el leísmo y el laísmo.
En Ávila no funcionan los intermitentes; según accedes a la capital, en la primera rotonda de las 12.372 existentes, como por arte de magia, dejan de funcionar.
Los de mi generación, éramos más de noche que de tardeo. La actual, no. Pero hemos llegado a un momento en la vida en el que, tras conocer bien la luna, ahora nos toca conocer el sol. Los que no tardando empezaremos a hacer cálculos sobre la pensión nos pateábamos de arriba abajo la Vallespín, para asomarnos a Trokel, al 47, al Básico, al Arbore o a Sextil. Que sí, que el Trokel antes fue el cine Lagasca. Entre otras cosas. Y en la Avenida Portugal abrieron Fü, que luego fue Ni Fu Ni Gas, y por allí se paseaban algunos futbolistas del Madrid que hoy entrenan o comentan partidos. La Castafiore, El Encuentro, La Mina, El Cetro del Otokar, Los Sotanillos, Buda, Ozone… Los jueves eran el día de los de la Escuela de Policía, la mayor empresa de la ciudad, aunque eso era una excusa para las almas descarriadas que se sumaban a la fiesta para conocer todos los garitos habidos y por haber. En verano íbamos a La Viña, al Tiro Pichón y hasta a los conciertos de la UNED. Los cromos se cambiaban -y se siguen cambiando- en Teto, junto a San Pedro. Los de Ávila saben que hay 88 torreones por el gimnasio, pero lo que desconocía usted es que las almenas no son el macizo vertical de piedra, sino el hueco que hay entre los merlones de la fortificación. Ah, y lo que nadie nos discute es que Ávila posee la muralla medieval mejor conservada de Europa. Y que, a pesar del frío, tenemos el cielo más bonito del mundo. Verá usted, aunque sólo sea por esas pequeñas cosas, que hay muchas más, debemos alardear de tierra. Yo lo hice, lo hago y lo haré. Siempre. También en 2025. Feliz año. Ya me entienden.