Las desgracias nunca vienen solas. Pero cuando además se instalan, se acomodan como quien vuelve al piso de estudiantes, la cosa ya no tiene gracia. En los últimos días, Ávila ha sido víctima de un repertorio climático digno del apocalipsis de andar por casa: lluvia como si no hubiera tejado, riadas que han dañado no pocas fincas, y, en algunas zonas de la provincia, fenómenos que no quisiera para su escaleta el programa televisivo de misterio que está pensando. Pero esos dolores sólo llegan con cuentagotas -nunca mejor dicho- a un universo mediático donde prima más la gresca y el "y tú más", que los problemas reales de la gente.
Si bien, estos episodios no son excusa para otras cuestiones más de andar por casa. ¡Cómo tiene Ávila algunas de sus calles! De vergüenza. No digo recovecos escondidos, hablo de que algunas vías especialmente transitadas dan pánico. Como lo que ocurre en el citado programa de misterio. Lo que no revienta el clima, lo hace la desidia. En algunas zonas has de conducir como si estuvieras en un videojuego de obstáculos. Socavones que te saludan desde el subsuelo, tramos que se van cerrando por el sucedáneo de carril bici, pasos de peatones que ya sólo cruzan los valientes... El paisaje urbano abulense se ha vuelto tan interactivo que uno no sabe si va a pasear al perro o a grabar una escena de Humor Amarillo.
Pero aquí hay para todos. Porque los que tenemos que hacer y deshacer ese camino, no podemos más que referirnos con pesar al tramo de la A-6 entre Arévalo y Adanero como una vía de izquierdas. Sí, porque es por ahí por donde hay que circular si no quieres destrozar los amortiguadores de tu vehículo. Ese pedazo de carretera parece diseñado por un enemigo íntimo de la conducción. O ideado para que si una patrulla lo tiene a bien, se pueda hinchar a poner multas. Hay baches con pedigrí, grietas que datan del pleistoceno y una sensación constante de que el mantenimiento vial ha sido sustituido por el pensamiento mágico: si ignoramos el problema, igual se arregla sólo. Pues no. A esa altura de la autovía, uno no pisa el freno: reza. Si es creyente. Y si lleva pasajeros, se convierte automáticamente en guía espiritual.
Pero claro, luego vendrán las fotos, los informes, los compromisos en papel mojado. ¡Las campañas electorales que tanto deberían sonrojar a algunos! Las promesas de arreglo a medio y largo plazo, que son como los amores de verano: intensos mientras duran, pero en cuanto se va el sol, nadie se acuerda. Mientras tanto, los de siempre siguen esperando. Los que trabajan la tierra, los que van con prisa a hacer de chóferes de sus niños, los que cruzan la ciudad en silla de ruedas, los que viajan todos los días para ir al médico, al instituto o al trabajo. Esos no se quejan –o sí, aunque se les escuche muy poco–, pero tampoco olvidan. Porque saben que detrás del titular viene la rutina, y que el olvido se sienta en los despachos cuando se apagan las cámaras.
Ávila –la ciudad y su provincia– no necesita paños calientes. Necesita soluciones reales. No hace falta que vengan a hacernos la ola: con que arreglen los baches nos conformamos. No queremos trending topics, queremos calles transitables. No deseamos discursos solemnes, sino tramos dignos por los que circular sin jugarte el pellejo.
No es pedir mucho. Pedimos lo justo. Lo que toca. Lo que nunca llega. Ya me entienden.