A punto de que se eche el cierre por vacaciones, la clase política abulense hará en estos días su particular balance de lo mucho – poco- hecho, en su mayoría para justificar cargo y sueldo no dándose cuenta de que desde hace, ya, varios lustros lo único que interesa a los que habitan esta tierra son los hechos y no las palabras. Una de las razones en la volatilidad del voto.
En la política se da la paradoja de que cuando no se gobierna, quien está en oposición hace o pide lo que el otro no va a aceptar, ni realizar. No es que no se deba pedir o reivindicar inversiones o actuaciones para Ávila, sino que cuando se hacen esas reclamaciones – justas en su mayoría- y exigencias no parece sean conscientes de que quizás a la vuelta de la esquina los papeles se van a invertir. Un bumerán que siempre regresa. Quien antes interpelaba es quien tiene que aprobar ahora las medidas y quien las rechazaba las acoge como nuevas pretensiones. Menuda cachaza que diría el castizo. Una indolencia que hace que las cosas de Ávila lleven en este juego de pasatiempo y distracción casi desde que la democracia se negociaba en un palacio adosado a sus murallas.
Esto surge en cualquiera de los ámbitos territoriales. Los representantes nacionales demandan sustanciales e inaplazables mejoras ferroviarias (el ministro, como escribí, no ha venido) o eliminación de peajes viarios. Nada se va a conseguir ahora y solo quedará en la hemeroteca la solicitud y su protesta. La cuestión de fondo es si eso mismo se interpelaría cuando el ministro "sea de los nuestros". Sucede algo parecido a la inversa en el escenario autonómico donde si "gobiernan los nuestros" no hay que ser osado, sino servicial a pesar de que en cuestión de inversiones industriales el presupuesto para Ávila sigue siendo el menor de la región. En la Capital sucede otro tanto o más, sea la política impositiva, personal, urbanística o de fiestas…, y es que al ser todo tan efímero el político confía en que cuando toque nadie se acordará de lo dicho o hecho. Este es un error que explica porque la incredulidad y la desconfianza está tan arraigada en Ávila