Que no es lo mismo que una caña a conciencia, como parecen gustarnos a los españoles cuando vamos a los bares. Somos dejados, por lo general, pero la hora del tapeo es algo muy serio y sagrado, una liturgia con todos sus rituales, incluyendo la charleta en la barra.
Hace once años, dos investigadores ingleses, Michael Mostkin y Praveen Paul, tuvieron la feliz ocurrencia de difundir su conocimiento a la gente allá donde a la gente le gusta más estar. Y se marcharon a un pub a hablar de neurología, mientras la parroquia se tomaba su pinta de cerveza. La idea, charlar de ciencia allí, se convirtió en el festival «Pint of science», que ha ido creciendo y expandiéndose hasta ser hoy un evento en 500 ciudades de los 5 continentes. Ávila se unió el año pasado, gracias a la UCAV; esta semana hemos tenido tres interesantes jornadas.
Lo sé; me dirán, estimados tres lectores, que ya ha pasado y faltan más de once meses para la siguiente convocatoria. Yo no pude ir, miren que lo siento. Pero les propongo entre tanto el castizo «caña con ciencia». Nos encanta charlar en los bares –con los amigos, con el camarero, con desconocidos–, pero de temas banales. Fútbol, deportes varios, toros –ahora que los ha vuelto a poner de moda el ministro Urtasun–, Eurovisión, prensa del corazón, abyectos famosillos, política, política, más política. ¿No sería maravilloso, cual película de José Luis Cuerda, sustituir todo eso por conversaciones científicas? ¿Quién dijo que la ciencia es aburrida, para cerebritos –en un país en el que todos somos seleccionadores nacionales no veo por qué no ser nobeles de física o química– o falta de emoción e interés? ¿Qué hay más emocionante que opinar de la tensión en la constante de Hubble entre gamba y gamba, debatir a gritos acerca de las bondades del grafeno o aprovechar la siguiente ronda para recabar la visión de nuestro camarero favorito –un abrazo, Javi– sobre el uso de la IA en ingeniería genética?
Me dirán que estoy soñando, pero reconózcanme que la vida sería mucho, muchísimo mejor. Hagamos, pues, como decían los Celtas Cortos: ¡nos vemos en los bares!