Cuando vuelvan a leer esta columna ya habremos celebrado la Nochebuena y la Navidad de un año que se encamina a su conclusión. Hasta que llegue la noche del treinta y uno de diciembre aún quedarán algunas cuestiones por acontecer –entre vinos navideños y deseos de felicidad–, como si habrá o no presupuestos aprobados para una Capital que sigue sin avanzar como debiera y donde los últimos síntomas que comienzan a aparecer no apuntan precisamente hacia la confianza.
El conocido cierre hace algunos días de una panadería (dos tiendas) con treinta años de antigüedad marca un horizonte económico y comercial preocupante. Al margen de cuestiones particulares del propio negocio en sí mismo que puedan haber llevado a esa decisión, no puede pasarse por alto dos circunstancias más generales. Por un lado, la presión tributaria unida a los costes e incrementos de gastos (personal y materias primas) y, por otro, que el modelo económico de Ávila no genera la demanda y consiguientemente la oferta mínima para considerar rentable una actividad empresarial.
Puede pensarse que es un hecho aislado, puntual ( al mismo tiempo –grata excepción– el «Arco Iris» cumple cien años vendiendo textil y ropa de hogar), pero que una industria-comercial pequeña de venta de pan, empanadas, hornazos, tartas, pasteles y otros dulces, en vísperas de Navidad, eche el cierre, cuando no ha sido la invasión tecnológica on line la causa determinante de ello (sus productos no llegan al cliente por las redes), y a pesar de que el consumo de pan y bollería vaya paulatinamente descendiendo (OMS recomienda 250 gramos de pan al día), debería acongojar y no poco. Con un ¡qué pena! parece estar todo dicho y es solo la punta de un iceberg más profundo.
Pasear por el centro histórico y las principales calles comerciales de Ávila es ver un paraje desolador de locales cerrados o a punto de serlo en las próximas semanas (decisiones, ya, tomadas por algunos de sus dueños). Les invito, como se dice por aquí, a dar una vuelta y comprueben la inexistencia de lo que se enseña como urbanismo y mix comercial. La hostelería –está aprovechando un boom algo extraño– ha restringido horarios, algunos establecimientos abren solo de jueves a domingo y en otros han empezado –erróneamente– a eliminar la tradicional barra de bar y hasta los pinchos tradicionales.
Esto no se soluciona – mitiga– con campañas de cheques regalo, ni tampoco con planes surgidos desde un despacho (se anunciaba también hace unos días la estrategia de Comercio Minorista y Rural de Castilla y León 2024-2027 –37 millones–), pues no dejan de ser herramientas políticas alejadas de los esenciales principios de competencia, ya que funcionarizan la actividad empresarial, incrementan la burocracia, y no se perciben como efectivas para unas cuentas de resultados cuyas partidas no se mejoran solo con medidas de promoción, campañas, premios o reconocimiento de buenas prácticas.
Ávila se está aproximando agigantadamente a ser una ciudad sin comercio tradicional y sin vida en sus calles. Solo se ofrecen edificios ruinosos y locales en alquiler o traspaso. Bajar las persianas definitivamente es una constante (2 de cada 4 establecimientos regionales), que es novedosa en establecimientos consolidados. Comienza el periodo (Navidad y rebajas) de mayor consumo y actividad comercial del año. Que lo de la panadería se quede solo en un aviso y no en algo endémico.