Una vez pasado el puente, afortunados quienes lo hayan disfrutado, nos metemos casi en las fiestas de Navidad. Sí, lo digo por aquello de quienes felicitan a secas las fiestas, por advertirles de que se quedan cortos, que falta el complemento. Celebramos la Navidad, el Nacimiento de Jesús, sí. Y es una fiesta de origen, tradición y cultura cristiana, de entraña familiar y sentimental por excelencia. Por mucho que se camufle, o se pretenda disfrazar de solsticio, se llama como se llama. Y me meto en harina directamente para reflexionar en torno a algunos contrasentidos de estos días.
No hace tantos años, cuando el que suscribe era niño, las luces de Navidad formaban parte de los adornos exteriores de estas fechas, junto con los abetos y… poco más. Se supone que era algo prácticamente accesorio, con las calles engalanadas, las tiendas con espumillón y cuatro adornos más, y nacimientos por doquier.
Sinceramente, jamás se me ocurrió que en nuestros pueblos y pequeñas ciudades esas luces coparan tanto protagonismo como para que se realizaran actos de encendido y los previos se iniciasen a primeros de noviembre o, incluso en pleno mes de agosto, como sucede en Vigo.
A ver, esto es muy fácil: estos encendidos vienen de una costumbre yanqui, de los famosos árboles de Rockefeller y de Bryant Park, en Nueva York. En ocasiones -más de las que pensamos- se convierten en un quiero y no puedo, en un precioso envoltorio de luz y sonido (Mariah Carey, a ser posible), que carece de contenido.
Vamos, que de golpe y porrazo nos cargamos el adviento, con la sensación de esperar lo que está por venir, que simbolizamos en velas, coronas, calendarios y un largo etcétera.
Lo dicho, inauguramos luces al ritmo de las mejores rebajas del Black Friday, llenamos las calles de mercadillos navideños con inspiración nórdica, ponemos atracciones y, ¿luego nos felicitamos las fiestas, como si fueran las de la urba? Esto es así, no se entiende muy bien.
La costumbre española de zambombas, villancicos, panderetas y nacimientos aguanta, pero … luce menos. Los belenes, que se encargó de propagar el bueno de Francisco, resisten estos días sin la figura del que está por nacer, aunque el ruido ensordecedor de la Carey siga con sus millones de reproducciones en Youtube. Cada vez es más extraño ver a los niños pedir el aguinaldo, los mismos que hace apenas un mes iban vestidos de zombies con el "Truco o trato". A ver, si es sencillo: no voy a satanizar (el verbo va adrede) las costumbres que importamos, aunque sean simples, comerciales, carentes de personalidad; pero no seamos tan cortos de entendederas de dejarnos arrebatar las nuestras.
Lo dicho: Sean felices estos días, recuerden con cariño a quien les descubrió la Navidad, reúnan a sus familias y amigos, canten villancicos, pongan el belén, el árbol, las luces que quieran y felicítense la Navidad, que es lo que toca. De corazón se lo deseo: lo más sencillo, pobre y humano puede ayudarnos a descubrir la inmensidad del Amor. Feliz Navidad, amigos abulenses.